sábado, 8 de enero de 2011

Impresiones de una lectura exquisita

Pero ignoro

su propósito al perturbar el polvo

en el cuenco de pétalos de rosa.



T.S. ELIOT




Estas asépticas e higiénicas palabras las pronunció Eliot al inicio de su primer "Cuarteto" poco antes de permitir el ingreso de su mujer Vivianne en un centro de salud mental. Más o menos en un tiempo cercano, paseando por los jardines del castillo de Duino, Rilke paladeaba su epitafio ("Rosa, oh contradicción pura/delicia/de no ser el sueño de nadie/bajo tantos/párpados") y consideraba su tarea poética una misión, olvidando desde hacía años a su única hija. Cito insidiosamente estos datos sentimentales y tal vez "demasiado humanos" para invitar a la reflexión sobre las obras y corpus literarios excelsos que parecen sobrevolar y, en ocasiones, ignorar los asuntos cotidianos y mundanos.
Mi intención es sólo la de un comentario ocioso y torpe, la expresión de un escalofrío al pensar en las veneraciones literarias por las obras absolutamente blancas y bellas, incontaminadas, aisladas del sudor y la sangre colectivas.Porque no se trata de las rosas mismas y sus silencios, de los que yo también disfruto, sino del modo de vivirlos y comprenderlos. Una mirada que evoca el estadio teológico de la creación literaria.
No sé bien si se llega a la libertad por la belleza o a la belleza por la libertad, como quería Schiller, pero recordar que acaso la literatura la hacemos todos (con la lógica consideración de una división del trabajo consciente e inconsciente, individual y colectiva), y que las obras creadas dependen de cómo somos y "de todas las historias de la historia". Ya digo, se trata quizá del uso (si entendemos que el significado es el uso) que hagamos del arte para cambiar la realidad y la vida, que los alegres tormentos de la creación y contemplación estéticas alienten en la llama de todos y no en solitarias cenizas guardadas en urnas votivas. En fin, que después de sentar a la belleza en nuestras rodillas, como haría Rimbaud, saliéramos de esa temporada en el infierno con la luz de la justicia y la libertad.

18 comentarios:

  1. Estimulante reflexión la que propones.
    Proust sostenía que el verdadero arte es ético y que del fruto del arte se alimenta la sociedad aún sin saberlo. Algo parecido mantenía Juan Ramón Jiménez, tal vez espoleado por los reproches sobre su falta de compromiso político: la belleza incluye necesariamente a la ética.
    Sin embargo, yo no estoy tan seguro. Creo que todas estas afirmaciones son mixtificaciones provocadas por nuestra mente simbólica que nos obliga a categorizarlo todo, haciéndonos creer que existen de manera absoluta “la belleza” o “la ética”, cuando, en sentido estricto, lo que apreciamos son fenómenos subjetivamente bonitos o actitudes convencionalmente justas, es decir, actos que respetan los equilibrios sociales entre egoísmo y altruismo. De manera que lo que adscribimos a la belleza o a la ética es solo consecuencia de nuestra educación cultural, sin más, y puede ser radicalmente opuesto a lo que proponga otra cultura. Un ejemplo –algo pedestre, lo reconozco- lo hallamos en la tauromaquia. Los antitaurinos afirman que es imposible la belleza en una representación tan cruel como una corrida de toros. Pero cualquiera que se haya criado en esta bárbara tradición es capaz de apreciar la emoción estética de un lance bien ejecutado, obviando el sufrimiento innecesario del toro. El hombre, cualquier ser humano, es capaz de conciliar en una misma existencia actos sublimes y atroces. Todo depende de la coartada moral que elabore para justificarlos. La mano de Hitler, temblorosa por el Parkinson, que acariciaba con ternura a su perro, la mano que seguía emocionada los compases de una ópera de Wagner, era la misma que exigía con un golpe sobre la mesa una Solución Final.
    En cualquier caso a mí también me gustaría creer que el arte nos hace mejores; si hay que elegir una forma de autoengaño para sobrevivir, esta es la que prefiero.
    Enhorabuena por el texto y bienvenido a “La Rivoli”.

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  2. ¿No le parece un poco pueril a estas alturas poner en cuestión la independencia y la autonomía del arte? Si Rilke era un mal papá, yo no lo sé y además me importa poco. Es irrevelante para el nombre de su rosa. Siquiera su poema hubiera aperecido en la revista "Ser padres" dedicado a su hija... Nada que ver con la belleza amasada con sangre que evoca Negro. Otro debate.

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  3. Estimado Mishkin: lo verdaderamente pueril es creer sólo en lo visible y firmemente creído. Por lo demás, es justamente a estas alturas del pensamiento y de la cultura cuando más se duda de la autonomía del sujeto y del poder autorregulador de la conciencia. Y que cualquier verdad o pretensión de verdad, incluidas estas mismas palabras que escribo, son sólo ilusiones de las que hemos olvidado que lo son, según afirmaba (cuestionablemente, por supuesto)Nietzsche.
    En lo tocante a la relación de Rilke con su hija, efectivamente nos importa a todos lo mismo que a Rilke.

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  4. Me he perdido. ¿No deberíais mantener la coherencia en el discurso? Tengo la sensación de que polemizáis sobre cuestiones no escritas en estas páginas. Un poco de seriedad y menos cititas. Gracias anticipadas.

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  5. Por lo que a mí me toca, reconozca cierta artificiosidad e interés an algunas palabras y referencias (no en vano soy neófito en estas lides bloggeras) y pido disculpas por ello. Pero no creo que exista incoherencia en los discursos. ¿No será más bien desinterés o aburrimiento en seguirlos? Entendible, por otra parte (no a todos nos interesa lo mismo). En lo que atañe al uso de citas, no se trata de intentar apabullar con argumentos de autoridad, sino de dejar que otros digan con belleza e inteligencia lo que uno piensa y siente, pero carece de su brillantez para expresarlo. Por lo demás, manifiesto mi interés por temas como la autonomía o esclavitud esenciales de las artes, la relación entre ética y estética y, muy especialmente, esa vida simbiótica entre belleza y crueldad qwue tan oportunamente han señalado Negro Black y Mishkin. Un saludo a todos.

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  6. Había querido replicar, pero reconozco que el seco zarpazo de anónimo me ha cortado un poco el rollo. En fin, creo que hay una contaminación de dos debates diferentes por culpa del siempre elocuente y malvado Negro. Sobre el primero y, en mi opinión, genuino, poco más que decir que no esté dicho, excepto, eso sí, que el texto de Yepes, aunque errado y en el fondo pueril, tiene un porte magnífico.

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  8. Querido anónimo:
    Todo es cita. La realidad debería ir entre comillas (lo decía Navokov). Además, nada es tan difícil -Wittgenstein dixit- como no engañarse. Cualquier intento de comprender el mundo es una batalla contra el embrujo de nuestra inteligencia por medio del lenguaje. Este es un blog de adictos a la palabra ("¡Palabras, palabras, todo palabras!"), al engaño, al mito, pues. "Lo demás es silencio". ¿Cómo quieres que seamos coherentes? La coherencia es otro mito.
    Aún así, tengo que reconocer que entre mi anterior intervención (unida a la del aleve Mishkin)y la de Carlos Yepes parece haber un hiato. Yo tampoco entiendo lo de la puerilidad de creer en lo visible o en lo firmemente creído en este contexto; o lo de la esclavitud en el arte (¿Esclavitud respecto a qué?). Solicito respetuosamente una aclaración por parte del señor Yepes.

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  9. Una cosa es tener gusto por las palabras y otra ser un pedante retrechero. En cuanto a la coherencia... Si no se sigue una línea lógica, apaga y vámonos. Aún así lo paso bien leyéndoos. Por mí no os cortéis.

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  10. Tanta mención a la puerilidad y a los niños no sé si nos hará entrar en el reino de los cielos, pero muy probablemente nos abra las puertas de un congreso de pedófilos. El tema de la relación de lo pueril con lo visible no es más, a mi demediado entender, que la actitud natural del niño y del adulto "razonable y sano" de creer esencialmente en lo que está viendo y mientras está presente. Y a tenor de esta apreciación, entendí y entiendo (y aquí lo vinculo con el otro tema de la autonomía del arte) que por la misma razón (pueril)tendemos a creer en la realidad del mundo exterior o que el autor reconocido de un producto artístico es soberano y señor absoluto de su obra. De todos modos, tiene razón Negro Black: todo son palabras y palabras, aunque toda palabra esté de más y no tengamos más remedio que "mantener la conversación en occidente" para soportar "la rosa irrespirable de la vida" (sin ánimo de molestar a Anónimo, obsérvese que cito sólo entrecomillando y con algo de pudor). Un cordial saludo.

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  11. En mis comentarios anteriores quise dejar claro que la obra de arte trasciende a la persona del autor y adquiere una existencia autónoma y autosuficiente. Por tanto, no es que no crea "que el autor sea soberano y señor absoluto de su obra", es que creo que el autor y sus juanetes, sus hijas, sus cuñados, sus lentejas a la riojana y sus insignificantes accidentes personales son de todo punto intrascendentes. Un ejemplo pedestre: Si ahora supiéramos que Cervantes era corrupto, maltratador y pedófilo, ¿eso haría al Quijote menos digno de ser leído? Quedémonos, amigo Yepes, con el ingenioso hidalgo y en cuanto a don Miguel, que le den p.c. Esta es mi posición si es de esto de lo que debatimos. Cosa de la que, a estas alturas, ya no estoy muy seguro. Fuerte abrazo.

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  12. Querido Mishkin:
    Vaya por delante mi rendida admiración por el afilado estilete de tu aguda prosa.
    A mí también me gustaría creer en lo que dices; es más, hasta ahora siempre mantuve algo parecido. Pero al filo de tu último comentario me han asaltado algunas dudas. Piensa que la admiración por cualquier obra humana casi siempre se contamina por cierta tendencia universal a la mitomanía. Cuando ensalzamos un producto artístico, solemos dedicar encendidos elogios al autor,al que no regateamos adjetivos(genial, divino,etc.). Incluso iconoclastas como tú ensayan vehementes loas al personaje, no sólo a su creación. Así recuerdo, por ejemplo, los dos artículos un tanto hagiográficos que dedicaste a Vauban. Por otra parte, ¿crees sinceramente que un corrupto, maltratador y pedófilo podría haber escrito el Quijote?
    Quiero aprovechar también la ocasión para felicitar a Carlos Yepes, porque con un par de párrafos y una cita ha propiciado la más larga y divertida polémica que hasta ahora se ha desenvuelto en este blog.

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  13. ¡Oh, inspirado y sutil Negro, qué difícil es llevarte la contraria cuanto te pones estupendo! Admito que el formato en que se produce este debate induce a sobreactuar un poquito y a cargar mucho la mano. Un golpe certero (y bajo) lo de Vauban. A la pregunta que -quizá retóricamente- formulas me atrevo a contestar con toda franqueza: No lo sé. Inescrutables son los corazones de los hombres.
    Me sumo a las albricias.
    Melancolía de envainar el florete.

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  14. Me viene a la memoria aquello de "porque es lo mismo el gesto del abrazo que el del asesinato". Y esto para dar la razón a Mishkin en lo de que algo es bello sea su presunto autor un criminal o un santo. Otra cuestión es la de si un sujeto humanamente deleznable puede crear o no belleza (siempre me han desazonado las palabras de Gide, y perdón por la cita: "con los buenos sentimientos sólo se hace mala literatura). Y, por supuesto, el tema de la autonomía de la obra artística. A fuer de parecer infantil y errado, no deja de ser un tema deliciosamente serio; no en vano, tanto literatura como filosofía son lenguajes fantásticos y precisan del asombro y de los espejos para su mantenimiento. Por ello, insisto en la pregunta: si, como afirma Mishkin, la obra de arte trasciende al sujeto y vuela plena de arrobo al cielo platónico de la Belleza, ¿puede deducirse de ello que vive en el puro y resplandeciente mundo de los dioses y, como pensaba Aristóteles de Dios, es pensamiento del pensamiento y toca todo lo natural sin ser ella tocada?

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  15. Me hace mucha gracia el rifirafe que os traéis.
    ¿No será más bien el espectador, el que lee, oye, toca y huele el que hace excelso al autor y a la obra?. Si existen otros mundos creo que todos están en este.

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  16. Imprescindible Vargas Llosa: "Los réprobos"

    El ministro de Cultura de Francia, Frédéric Mitterrand, ha hecho saber que el Gobierno francés ha decidido sacar de la lista de celebraciones nacionales de este año al escritor Louis-Ferdinand Céline, fallecido hace 50 años. De este modo accedía a una solicitud de la asociación de hijos de deportados judíos y varias organizaciones humanitarias que protestaron contra el proyecto inicial de rendir un homenaje oficial a Céline, teniendo en cuenta sus violentos panfletos antisemitas y su colaboración con los nazis durante la ocupación hitleriana de Francia.

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    Céline fue, políticamente hablando, una escoria. Pero también un extraordinario escritor

    La literatura no es edificante, ella no muestra la vida tal como debería ser
    En efecto, Céline fue, políticamente hablando, una escoria. Leí en los años sesenta su diatriba Bagatelles pour un masacre y sentí náuseas ante ese vómito enloquecido de odio, injurias y propósitos homicidas contra los judíos, un verdadero monumento al prejuicio, al racismo, la crueldad y la estupidez. El doctor Auguste Destouches -Céline era un nombre de pluma- no se contentó con volcar su antisemitismo en panfletos virulentos. Parece probado que, durante los años de la ocupación alemana, denunció a la Gestapo a familias judías que estaban ocultas o disimuladas bajo nombres falsos para que fueran deportadas. Es seguro que si, a la liberación, hubiera sido capturado, habría pasado muchos años en la cárcel o hubiera sido condenado a muerte y ejecutado como Robert Brasillach. Lo salvó el haberse refugiado en Holanda, donde pasó algunos meses en prisión. Holanda se negó a extraditarlo alegando que, en la Francia exaltada de la liberación, era difícil que Céline recibiera un juicio imparcial.

    Dicho esto, hay que decir también que Céline fue un extraordinario escritor, seguramente el más importante novelista francés del siglo XX después de Proust, y que, con la excepción de En busca del tiempo perdido y La condición humana de Malraux, no hay en la narrativa moderna en lengua francesa nada que se compare en originalidad, fuerza expresiva y riqueza creadora a las dos obras maestras de Céline: Viaje al final de la noche (1932) y Muerte a crédito (1936).

    Desde luego que la genialidad artística no es un atenuante contra el racismo -yo la consideraría más bien un agravante-, pero, a mi juicio, la decisión del Gobierno francés envía a la opinión pública un mensaje peligrosamente equivocado sobre la literatura y sienta un pésimo precedente. Su decisión parece suponer que, para ser reconocido como un buen escritor, hay que escribir también obras buenas y, en última instancia, ser un buen ciudadano y una buena persona. La verdad es que si ese fuera el criterio, apenas un puñado de polígrafos calificaría. Entre ellos hay algunos que responden a ese benigno patrón, pero la inmensa mayoría adolece de las mismas miserias, taras y barbaridades que el común de los seres humanos. Solo en el rubro del antisemitismo -el prejuicio racial o religioso contra los judíos- la lista es tan larga, que habría que excluir del reconocimiento público a una multitud de grandes poetas, dramaturgos y narradores, entre los que figuran Shakespeare, Quevedo, Balzac, Pío Baroja, T. S. Eliot, Claudel, Ezra Pound, E. M. Cioran y muchísimos más.

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  17. Que estos y otras eminencias fueran racistas no legitima el racismo, desde luego, y es más bien una prueba contundente de que el talento literario puede coexistir con la ceguera, la imbecilidad y los extravíos políticos, cívicos y morales, como lo afirmó, de manera impecable, Albert Camus. ¿Cómo se explicaría de otro modo que uno de los filósofos más eminentes de la era moderna, Heidegger, fuera nazi y nunca se arrepintiera de serlo pues murió con su carnet de militante nacional-socialista vigente?

    Aunque no siempre es fácil, hay que aceptar que el agua y el aceite sean cosas distintas y puedan convivir en una misma persona. Las mismas pasiones sombrías y destructivas que animaron a Céline desde la atroz experiencia que fue para él la I Guerra Mundial, le permitieron representar, en dos novelas fuera de serie, el mundillo feroz de la mediocridad, el resentimiento, la envidia, los complejos, la sordidez de un vasto sector social, que abarcaba desde el lumpen hasta las capas más degradadas en sus niveles de vida de las clases medias de su tiempo. En esas farsas grandiosas, la vulgaridad y las exageraciones rabelesianas alternan con un humor corrosivo, un deslumbrante fuego de artificio lingüístico y una sobrecogedora tristeza.

    El mundo de Céline está hecho de pobreza, fracaso, desilusión, mentiras, traiciones, bajezas, pero también de disparate, extravagancia, aventura, rebeldía, insolencia y todo él despide una abrumadora humanidad. Aunque el lector esté absolutamente convencido de que la vida no es solo eso, -es mi caso- las novelas de Céline están tan prodigiosamente concebidas que es imposible, leyéndolas, no admitir que la vida sea también eso. El gran mérito de ese escritor maldito fue haber conseguido demostrar que el mundo en que vivimos también es esa mugre y que era posible convertir el horror sórdido en belleza literaria.

    La literatura no es edificante, ella no muestra la vida tal como debería ser. Ella, más bien, a menudo, en sus más audaces expresiones, saca a la luz, a través de sus imágenes, fantasías y símbolos, aspectos que, por una cuestión de tacto, buen gusto, higiene moral o salud histórica, tratamos de escamotear de la vida que llevamos. Una importante filiación de escritores ha dedicado su tarea creativa a desenterrar a esos demonios, enfrentarnos con ellos y hacernos descubrir que se parecen a nosotros. (El marqués de Sade fue uno de esos terribles desenterradores).

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  18. Hay que celebrar las novelas de Céline como lo que son: grandes creaciones que han enriquecido la literatura de nuestro tiempo, y, muy especialmente, la lengua francesa, dando legitimidad estética a un habla popular, sabrosa, vulgar, pirotécnica, que estaba totalmente excluida de la ciudadanía literaria. Y, por supuesto, como ha escrito Bernard-Henri Lévy, aprovechar la ocasión del medio siglo de la muerte de ese escritor "para empezar a entender la oscura y monstruosa relación que ha podido existir... entre el genio y la infamia".

    Al mismo tiempo que hojeaba en la prensa lo ocurrido en Francia con el cincuentenario de Céline, leí en EL PAÍS (Madrid, 23 de enero de 2011) un artículo de Borja Hermoso titulado La rehabilitación de Roman Polanski. En efecto, el gran cineasta polaco-francés es, ahora, algo así como un héroe de la libertad, después que una espectacular campaña mediática, en la que grandes artistas, actores, escritores y directores, abogaron por él, y consiguieron que la justicia suiza se negara a extraditarlo a Estados Unidos. Esto fue celebrado como una victoria contra la terrible injusticia de la que, por lo visto, había sido víctima por parte de los jueces norteamericanos, que se empeñaban en juzgarlo por esta menudencia: haber atraído con engaños, en Hollywood, a una casa vacía, a una niña de 13 años a la que primero drogó y luego sodomizó. ¡Pobre cineasta! Pese a su enorme talento, los abusivos tribunales estadounidenses querían sancionarlo por esa travesura. Él, entonces, huyó a París. Menos mal que un país como Francia, donde se respetan la cultura y el talento, le ofreció exilio y protección, y le ha permitido seguir produciendo las excelentes obras cinematográficas que ahora ganan premios por doquier. Confieso que esta historia me produce las mismas náuseas que tuve cuando me sumergí hace medio siglo en las putrefactas páginas de Bagatelles pour un masacre.

    Reproducido sin permiso.

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                                                              RICARDO      ...