sábado, 25 de septiembre de 2010

Genialidad, anticipación y friquismo en Economía. Vauban(I)

No importa el arte, la ciencia o la palabra. Lo genial es saber ver donde todos miran, descubrir polifonía donde otros oyen ruido o ser capaz de concebir el bosque sin salir de los árboles. Sólo al genio le está reservada la epifanía de descorrer el velo de una verdad esquiva, simple y maravillosa. La anticipación es casi siempre un drama, sobre todo para el visionario: El de la fuerza de la razón abriéndose paso en la maraña de prejuicios, inercias e intereses que conforman cualquier paradigma dominante que se precie -y los económicos se precian muchísimo. El friquismo, entendido como una pasión excéntrica y obsesionante, la salsa de todos los guisos. Cuidado con las falsas sinonimias. Nótese que la rara avis del genio es con frecuencia (hay excepciones confortables y enormes) un perfecto incomprendido; los incomprendidos, que son legión, son casi siempre unos perfectos imbéciles egocéntricos, lobotomizados y asociales que se reproducen por esporas.

Una selección de tal calibre sólo puede ser anárquica, intemporal y caprichosa. Quiero exhumar a los olvidados, a los mártires y a los granujas de la fosa común de la historia del pensamiento y la acción económica. No es fácil dilucidar en qué medida y proporción sus luminosas vidas participan en la condición de genio, de visionario o de excéntrico, pero hay algo que todos sin excepción comparten: Su apasionada lucidez y su talento merecerían un panegirista más fogoso y mejor dotado que yo.

Nada en el retrato de Sebastian de Vauban revela que estemos ante un espítiru en ebullición permanente y abocado a una actividad frenética e incluso volcánica. Sólo un rostro envuelto en una peluca, una media sonrisa desengañada y plácida y un mirar lejano, fatigoso y azul. Le Brun, pintor de cámara de Luis XIV, no ha pasado por alto la cicatriz sobre la mejilla izquierda que un Vauban ya entrado en años luce con sereno orgullo, el orgullo con que otros lucen una renta de diez mil libras o un toisón de oro en el pecho.

La cicatriz, un recuerdo del sitio de Douai, apenas es una anécdota en una brillante carrera como ingeniero militar e inspector de obras y fortificaciones. Su competencia y autoridad en el sutil y bárbaro arte de la poliorcética puede rastrearse por las fortalezas de media Europa, especialmente en esas estructuras con forma de estrella que podemos apreciar en Figueras, Pamplona, Cádiz o el Pentágono. Su poderoso influjo en el ejército francés llegará hasta el siglo XX y en su fe, siempre desmedida y a veces un poco cómica, en las fortificaciones ciclópeas sin estrenar al estilo de la Línea Maginot.

En su obligado nomadismo profesional, Vauban recorrió los dulces campos de Francia como un poseso. Observador curioso, crítico y desprejuiciado, consignaba en sus diarios de forma perfectamente minuciosa y notarial todo lo que iba viendo, y lo que iba viendo no le gustaba nada. La señora Anne Blanchard, que ha estudiado con detalle sus oceánicos cuadernos de viaje, estima que en sus andanzas por el hexágono recorrió 180.000 km., una media de 3170 km. al año durante sus 57 de servicio, a pie o a caballo, en burro o en una especie de parihuelas de su propia invención que le permitían viajar tumbado por toda clase de terrenos sin sufrir el tormento de las ruedas.

Así, sorbiendo datos como una esponja y juntando números como un contable, empezó a perjeñar en opúsculos y memoriales un collage desolador del lastimoso estado de las provincias del reino sumidas en la miseria, el hambre, el asco y la tristeza, que Vauban atribuía a la indiferencia de sus pares, a la iniquidad de los tributos y a la incompetencia, la corrupción y el desprecio de los servidores públicos.

Pero Vauban era directo, noble y,como diríamos aquí, un poco baturro: Si tengo la verdad de mi lado, no os temo a vos, ni al rey ni a la humanidad entera. Prefiero la verdad, aunque sea ruda, a una cobarde complacencia que sólo serviría para engañaros a vos y deshonrarme a mí. Estoy sobre el terreno; veo las cosas con juicio y es mi obligación conocerlas. Sé cuál es mi deber a cuyas reglas me atengo con todo escrúpulo. Tened a bien, os lo ruego, que con el respeto que os debo exponga libremente mis opiniones. Mala condición para moverse entre los velos de intrigas, hopalandas y sutilezas de la Corte del Rey Sol. Declaraciones como esta prefiguraban de forma nítida los tristes pasos de su caída y ruina.

                                                              RICARDO      ...