domingo, 21 de febrero de 2010

Green eyes



La tarde era tan triste como Catherine Deneuve marchándose de tu vida para siempre o mejor la tarde estaba triste como Carole Bouquet marchándose de tu vida para siempre o mejor la tarde estaba tan triste como Catherine Deneuve y Carole Bouquet marchándose de tu vida para siempre las dos y sin ni siquiera haberte conocido también o mejor tampoco las dos. No eran las dos, sino las seis de una tarde de verano con los ojos en letargo y este ánimo en desorden que intentas organizar mentalmente gracias a un perfecto o mejor absoluto desconocimiento del cine francés, hecho que aun así no impide que intuyas o mejor que sepas que si Carole o Catherine hubieran llegado a conocerte habrían pronunciado y rubricado con esa sonrisa tan francesamente encantadora un inevitable casi a medias susurrado je t’adore, escuchado por ti sin pestañear, imperturbable, consciente merecedor de adorables devociones.


Esa mañana había sido vivida con la desorientación pastosa de todas las resacas a la espera del momento adecuado para preparar un suero reparador, la única bebida posible en esos días en los que no es posible ampararse en bebida alguna después de una noche de alcohol y de desagüe. Completamente oxidado yo y afortunadamente inoxidable la coctelera, era el momento del memento: recordar concordancias de licores y de zumos, sumar dulzuras y burbujas como brújulas de estómagos y almas en naufragio. Abrir la nevera, verificar la sequedad del hielo para terciar con él un vaso High Ball, depositar en la coctelera una parte de ginebra inglesa, media parte de zumo de limón y una cucharada imprescindible de azúcar, agitar agridulce la mezcla hasta sentir en la mano el oceáno polar ártico. Un respiro y un vertido: la inversión propiciatoria sobre los hielos del vaso y el relleno casi pleno con agua de Seltz.


Cuando entró en el local desde el que volvías a mirar a Catherine Bouquet alejándose de tu vida para siempre supiste que se llamaba Isabel. Bella ocupó un taburete contiguo al tuyo, huyendo pensaste quizás de un otro amor qué ganas de llorar en esta tarde gris completamente high bolero tango . Sus ojos no me miraron, pero en el espejo frente a la barra yo decidí mirarla y mimarla sin que ella lo supiera . Ojos verdes que también vio Santiago, barman querido de mis beberes, ojos verdes como la albahaca y caderas de verde limón. Ni mímica hizo falta para que Santiago supiera , mientras ella encendía un cigarrillo rubio, que sus manos perfiladas pedían a grifos un vaso Collins en el que con tres partes de zumo de naranja, una de Curaçao azul y una de vodka, convenientemente agitadas con hielo y son de maraca triste, surgió el prodigio de su mirada esmeralda. Bebió a tragos cortos y se marchó displicente de nuestra vida para siempre. Nunca supimos que se llamara Isabel.

¿Es esta mi madre?

La tradición filosófica occidental (si queda algún lector después de estas primeras palabras, que siga leyendo hasta el final) casi siempre se ha ocupado del ‘ser’. En estos tiempos donde se valoran tanto en televisión las tetas grandes, hablar de ontología no llega a ser una humorada, se queda simplemente en tontería.

Si han visto la película “El hijo de la novia” de Juan José Campanella, protagonizada por Ricardo Darín, o han tenido la desgracia de ver próximo el declive mental de una persona cercana, sabrán lo importante que es el ‘ser’. Uno no puede dejar de preguntarse: ¿esta persona que no me reconoce es mi madre?, ¿esta persona que me rechaza es mi madre?, ¿esta persona terca en la negación es mi madre? Uno se queda con la idea de la mujer que te llevaba de la mano al colegio, o hablaba con el cura cuando te castigaba. También era la madre con la que hablabas mientras desenvainabas guisantes para la cena o te cuidaba cuando estabas enfermo. Nadie más hubiera asumido con tanto celo esas tareas.

Sin embargo ahora esa misma madre pudiera ser intercambiada por cualquier otra, que el resultado sería el mismo. Es un cuerpo que albergó la persona que te cuidó y te quiso, pero ahora su ser es otro, una sombra en la caverna.

Aunque no he hecho ninguna pregunta, tampoco tengo respuestas para esto, sólo las culturales (el amparo) y las egoístas (quid pro quo), lejos de esas razones que tan bien combinan la razón con la belleza.

(Del dietario de LugarFundamental.)

martes, 9 de febrero de 2010

Últimas revelaciones del Club Underbridge.

Siempre que oigo hablar del club Bilderberg y del libro de Daniel Estulin, recuerdo una célebre boutade de Unamuno: “Es un libro tan deleznable que ni siquiera lo he leído”. Yo tampoco he leído La verdadera historia del club Bilderberg (2006) ni Los protocolos de los sabios de Sión (1903) ni La conjura de la francmasoneria contra la religión católica y los soberanos (1792) ni el Apocalipsis de San Juan. Tampoco la famosa biografía sobre Robespierre que se publicó después de la restauración borbónica en Francia, donde el lector descubre, con horror y a la vez con alivio, que el pequeño Maximiliano tuvo una infancia desdichada en la que su principal distracción era decapitar pájaros. Estos libros aterradores, analgésicos y sensacionales se venden como rosquillas. Estulin ha vendido, sólo en España, 150.000 rosquillas. La fórmula, milenaria e invariable, combina siempre en diversas dosis tres elementos irresistibles: La impostura, el secreto y la manipulación.

Se ofrecen visiones torturadas que se remontan al Jardín de las Delicias del Bosco y a los bestiarios medievales: Banqueros ultraliberales criptocomunistas; Benedicto XVI como maestro de la gran logia de Roma con el sublime grado 33. No importa la falta de consistencia del cuadro, la incoherencia infumable de las etopeyas, al contrario. Todos parecen algo y son otra cosa, generalmente su contraria. Un bebé babeante y humedecido es el Anticristo. Un inmenso campo de amapolas agitando las oriflamas de sus pétalos como un primero de mayo en la Plaza Roja, una ominosa avanzadilla alienígena.

Nótese que aquí lo relevante no es el mensaje sino la ausencia de mensaje, su vaguedad o su carácter cifrado y enigmático. Divinas palabras. Un fructífero vacío que podemos llenar descargando el saco de nuestros recelos, fantasmas y aprehensiones. Si las reuniones de este club contaran con taquígrafos para recoger las deliberaciones de estos señores, causarían tanta sensación y se leerían con tanta avidez como las actas del Congreso Iberoamericano de entomología tropical.

Y siempre la mano negra. Si viene un nublado y luego no llueve sobre los trigales sedientos de Soria, ha sido una avioneta fletada por la C.A. de Aragón para dispersar las nubes. ¿Os creíais que los jóvenes de los 60 descubrieron a Los Beatles? ¡Ah…, cenutrios! Los Rolling, los Beatles, Woodstock y los 40 Principales son las metáforas de un lavado de cerebro devastador. Nos los implantaron. Todo está manipulado. Este punto es muy poderoso y está profundamente arraigado en nuestra conciencia. Hacemos una operación. Si el mercado se mueve a nuestro favor, es porque sabemos leer los signos y conocemos sus leyes sutiles. Conclusión: el capitalismo es maravilloso y si no existiera, habría que inventarlo. Si ocurre lo contrario, el sistema está podrido. Han sido los templarios del Plunge Protection Team, el vencimiento o las ventas a corto. El mercado es matrix. Las bolsas, una mafia. ¿Pero acaso la manipulación no existe? Que si existe… La manipulación es tan antigua como la mano. ¿Quién se resiste a empujar por todos lo medios y con todas sus fuerzas para llevar el agua a su molino? Unos tienen las manos más grandes que otros, pero cada uno hace lo que puede. En los mercados, en el trabajo, en el amor y la familia, y no digamos en la política, la manipulación es un hecho. También es un hecho que sólo la denunciamos cuando estamos en la oposición. Después de todo, vivimos en un mundo secularizado que ya no puede atribuir las mercedes que recibe a la providencia divina, pero que no puede evitar adjudicar los reveses que sufre a una voluntad externa, egoísta y diabólica.

El conspiranoico es tradicionalista, crédulo y sobre todo, comodón. Él nunca tiene que probar nada. La onerosa carga de la prueba recae sobre los escépticos ¡Que le demuestren a él que el 11-S no lo montó el Mosad, la Cia y un consejero delegado de British Petroleum! Por más honesta que parezca, la mujer del César nunca podrá probar que jamás ha sido infiel. Como es metafísicamente imposible demostrar que no ha ocurrido algo que ha podido ocurrir, se abre ante nosotros un mundo policromado y delirante de posibilidades insospechadas y maquiavélicas.

Pero el libro que yo echo de menos y nadie escribe es Presente y futuro del club Underbridge. Como su nombre indica, los integrantes del club Underbridge no se reúnen en hoteles de cinco estrellas sino bajo los puentes. Su influencia individual es nula pero su número va en aumento constante y sólo en España ya cuenta oficialmente con medio millón de nuevos miembros. Desde hace siglos, los arquitectos del universo han subestimado la capacidad del club Underbridge para irrumpir en la Historia y han despertado de su sueño cayéndose de la cama por cualquiera de sus dos lados. En realidad, sólo es necesario que alcance una masa crítica con un grado de desesperación crítico. Pero no hay problema. El Instituto Tavistock ya tiene un protocolo para neutralizarlos con un implante de barretina, Messi y Chiquilicuatre. Mientras tanto, Estulin sigue dándole a la carraca y buscando los móviles inconfensables de una crisis de laboratorio. Con lo fácil que es cortar por lo sano con la najava de Hanlon: No lo atribuyas a la malicia si la estupidez basta para explicarlo.

lunes, 1 de febrero de 2010

Nuevos versos de Otsumi Mikawa

Hace casi una década, Ediciones La Rivoli dio a la luz un librito analógico, impreso sobre papel al viejo estilo de Gutenberg, en el que bajo el título Jardín interior se recogían por primera vez en castellano un centenar de jaikus de la poetisa japonesa Otsumi Mikawa. Aquellos versos fueron cuidadosamente recopilados, fielmente traducidos y primorosamente vertidos a nuestro idioma por el profesor D. Fernando Rayo.
Pese a la conmovedora belleza que exhalaba su lectura, la obra ha pasado inadvertida para la crítica literaria. Muchas pueden ser las razones de tan ominoso silencio, pero la principal se debe sin duda al hecho de que todo poeta nuevo, de verdadera e insólita novedad, precisa a su vez de una nueva especie de analistas. Dicho de otra forma: la auténtica poesía engendra necesariamente su propio lenguaje crítico, genera una obra crítica de valor condigno.
Si se acepta esta premisa, cabría inferir que la ausencia de valoraciones a lo largo de los dos últimos lustros sobre Jardín interior es un ejemplo elocuente del jibarismo que medra en nuestro Parnaso. Porque lo cierto es que la poesía de Mikawa ha creado un espacio en nuestras letras al que sería inútil acercarse con los herrumbrosos pertrechos de la filología al uso. Quienes intenten agrupar su lírica en conjuntos generacionales o medirla con el rasero de un discurso tan vacuo como reiterativo se condenan a no entenderla. La incompatibilidad de su lenguaje con el comentario de los reseñadores oficiales no puede ser más tajante.
Desde esta perspectiva, el mutismo con que se han acogido los versos de la autora japonesa es un elogio, a tenor de cómo se ha desarrollado durante los últimos veinte años la lírica en España, baldío en el que la grama prospera con la etiqueta manida de poesía de la experiencia, bajo la que se cobijan poetas cuyos versos harían sonrojar a cualquier lector sensible. Si entre los bardos actuales, agavillados por el segador de turno, hay algunos poetas, la mayoría de ellos no lo son: su lenguaje, meramente instrumental, no ha pasado por la indispensable alquitara que lo destile y transmute en un verbo radicalmente distinto. La ejemplaridad de Mikawa estriba precisamente en su busca señera de ese raro verbo, en la decantación de una palabra-materia que aspira a la palabra total, en la condensación del don que se sitúa entre el silencio y la locuacidad.
Resulta sumamente aguijador seguir paso a paso, estrofa a estrofa, la construcción del mundo poético de esta singular mujer. Cada una de sus estaciones o lances crea un ámbito de reflexión e impone al lector la aventura de adentrarse en una terra incognita en la que deberá acampar con levedad y sigilo, para examinarla con detenimiento.
Durante uno de mis frecuentes vagabundeos por la red tropecé por casualidad con nuevos jaikus de Otsumi Mikawa que tal vez pasaran inadvertidos años atrás al profesor Rayo o que quizá quedaron retenidos en su exigente cedazo. Los encontré en una página web francesa, traducidos por un tal Mato Masaaki, y me pareció oportuna la idea de recopilarlos para los curiosos lectores de La Rivoli. Modestamente, me he limitado a acomodarlos a nuestra lengua, intentando respetar la rigurosa disciplina de las diecisiete sílabas.


Tal vez la rosa
en su alba de rocío
contenga el mundo.



Sobre la helada
sola brizna de hierba
un triunfo verde.





Ese nubarrón
oculta la luz nueva
cesa la verdad.





Fin del recreo
basura de los niños
festín de aves.





Regato en sombra
en el claro esmeralda
nada la carpa.





En el ocaso
las alas de las grullas
incandescentes.





Gregal furtivo
helada voz de muerte
en los jardines.





Al pie de un árbol
rígido verde limón
verderón muerto.





En la flor blanca
mata la mantis, mata
belleza, muerte.





El verde nuevo
los brotes del granado
sombra y tesoros.





Vientos de marzo
las hojas del narciso
tan encorvadas.





Flauta de mirlo
rumores de arroyo
tarde perfecta.





¡Pobre granado!
en el desnudo invierno
sueña rubíes.





Comienza marzo
mientras gime la flauta
ronda de grullas.





En la pradera
como gotas de olvido
las orquídeas.





Descansa allí
en la sombra de la encina
la felicidad.





Albaricoque
el último, habitado
día en ayunas.





Aunque la riego
con el agua de lluvia
gardenia sin flor.





Dando saltitos
por la baranda el gorrión
su arroz reclama.





Viento alegre
las hojas del hibisco
deshidratadas.





Mi arroz comparto
con una gran familia
de gorriones.





Un arcoiris
en lo alto de la tarde
de abejarucos.





En las antenas
nostalgia del verano
abejarucos.





Como el lirio
amarlo casi todo
no amar nada.

(a Yasunari Kamabata)





Ulula el viento
el jardín yace yerto
ladran los perros.





Poeta mirlo
puntual cada tarde
hace un poema.





Una hoja sola
en la rama del árbol
sólo una idea.





Canta el ruiseñor
el bosque se hace un líquido
dulce en la fronda.





Canta la curruca
en tan breve garganta
canto tan hondo.





Tempranos brotes
apenas rotos, muertos
tardía helada.





El cielo rojo
entierro del amigo
la sierra azul.





Ropa tendida
el grito del halcón
rasga los cielos.





El mundo quizá
apenas sea sólo
la idea del mundo.

                                                              RICARDO      ...