domingo, 4 de diciembre de 2022

 

                                                                    CARLOTA



           En la profesión, Carlota se hacía llamar Michelle. De pequeña, había escuchado la canción de The Beatles y se prometió que algún día utilizaría ese nombre. Ahora, en un breve receso del trabajo, paseaba por los canales de Ámsterdam recordando las razones y circunstancias que la habían llevado allí.


           Aún tenía muy presente cuando, siendo todavía una niña, vivía con repugnancia las caricias de su padre sobre sus tersos muslos mientras éste mostraba una avidez perturbadora; y su madre, no siempre dispuesta a atender los comentarios que la chica revelaba, le decía que eran simples muestras de cariño y que no contrariase los deseos de ese hombre que, al fin y al cabo, se ocupaba de ellas.


       Pero no, no se ocupaba de ellas. Las utilizaba para que limpiasen casas que él mismo les buscaba, mientras se pasaba la mañana bebiendo en la taberna. En un principio y por la edad, Carlota preparaba la comida de su madre y se la llevaba todavía caliente. Pero al cumplir los 14, empezó a fregar escaleras en edificios estrechos y con olor a garbanzos en remojo. Edificios en los que no entraba el sol y donde algunas mujeres se aposentaban en los portales exhibiendo impúdicamente sus carnes ceñidas con ropas muy llamativas. En uno de esos inmuebles, vivía un joven que hacía ademán de cierta cortesía y mostraba una instrucción no muy acorde con el vecindario que se gastaba en aquellos lugares. Carlota le veía pasar mientras la saludaba educadamente. Ella se sentía halagada y, secretamente, iba cogiéndole querencia deseando la hora en la que salía o entraba de la casa. Un buen día, él se atrevió a preguntarle la edad que tenía y si no debería estar en el colegio, a lo que Carlota respondió que trabajaba por un sueldo con el que ayudar a sus padres. No hubo nada más, no cruzaron más palabras pero, desde ese instante, sintió que alguien se preocupaba por ella. Tanto es así que, un buen día, encontró en el cuarto de la limpieza un pequeño transistor y unos cuadernos de caligrafía y de sencillas cuentas. Carlota se aplicó a ellos y escuchó, por primera vez en la radio, la canción de Michelle y otras muchas que le animaron a seguir adelante.


          Sin embargo, su vida no estaba destinada a caminos halagüeños. Una tarde en la que todavía estaba con la faena de las escaleras, corrieron a avisarle de que su madre había sufrido una caída en plena calle y estaba en el hospital. Cuando llegó, ya estaba muerta. Había sufrido un colapso cardiovascular que la condujo a un desenlace fulminante. Carlota se ocupó de todo, ya que su padre aceptó la situación con un encogimiento de hombros. Las pocas personas que asistieron al funeral dieron sus condolencias de manera fría y formal y Carlota, con un llanto contenido, sintió que algo se le rompía por dentro. Aquella misma noche, después del entierro, se acostó pensando que su vida ya no tenía sentido y que debía espabilar en un mundo que le era adverso. Pero sus desgracias no habían finalizado. Su padre, borracho y desatado, llegó a la casa dispuesto a arrasar con todo y, sin mediar ningún trato, se le metió en la cama. Entre muestras de cariño y muestras de cariño, abusó de Carlota.


           Así, deshonrada y ultrajada, sintió una infinita vergüenza y juró a su padre que nunca se lo perdonaría, lo que no impidió que él la vendiera a una madama de alguna de las escaleras en las que ejercía como fregona. La realidad entonces se hizo más insoportable. Por la vida de Carlota fueron pasando hombres de todo género y toda condición, la mayoría viejos, babosos, repugnantes, repulsivos; hombres que la obligaban a todo tipo de prácticas sexuales y dejaban su dignidad conculcada y aplastada. Empezó a beber y a tomar drogas con el fIn de sobrellevar su existencia y, en algunas ocasiones, pensó en quitarse de en medio.

          Hasta que apareció un “guardián protector”. El llamado “chulo” que le tocó en suerte le hizo abrir los ojos en cuanto a sus valores como carnaza erótica. Ella era guapa y tenía muy buen tipo, por lo que no era de recibo desperdiciarse en burdeles de tres al cuarto. El “rufián” le empezó a hablar de la prostitución en Ámsterdam, que era legal y eso conllevaba unos derechos asegurados, como los controles sanitarios y la posibilidad de pedir ayuda policial si la necesitaba. Que podía alquilar una vitrina y realizar sólo aquellas prácticas que libremente eligiese, que tenía la potestad de permanecer al amparo de un “padrino” como él y que, obviamente, como en todo trabajo regulado, debía pagar impuestos. Carlota pensó que era una oportunidad para dar un giro a su vida, que seguiría trabajando en lo mismo pero, al menos, podía ser más dueña de sus actos. Hizo acopio, por tanto, de los ahorros que tenía y con su “amigo” marcharon a la capital de los Países Bajos. Una vez instalados en el Barrio Rojo, buscaron la manera de legalizar su situación.


           Ahora, mientras Carlota (o Michelle, que así le gustaba que la llamasen) paseaba por los canales y hacía acopio de todas sus experiencias, se preguntaba qué habría sido de ella si otra infancia, otros orígenes más propicios, le hubieran sido dados. Si la objetividad de los hechos no hubieran sido tan malsanos y enfermizos, quizá no estaría allí, quizá sólo la historia se hubiese escrito de otra manera.


           Recordó entonces que debía prepararse para el turno de las 20 horas, que debía ponerse sus pestañas postizas y elegir una peluca (no, esa no, la pelirroja) para estar en el escaparate y hacer pasar a sus clientes. Es posible que la historia ya se estuviese escribiendo de otra manera. Es posible que aquellos a los que levemente había importado, no hubiesen estado ahí de forma inútil. Es posible que Carlota, al menos en algunas coyunturas, tomase por primera vez sus propias riendas sin pedir permiso a nadie.



                    ESTRELLA DEL MAR CARRILLO BLANCO


                                 4 DE DICIEMBRE DE 2022

viernes, 25 de noviembre de 2022

 

                                                      MERCHE Y LOLA



Acababan de salir del cine y se dirigieron a un café cercano. Una vez allí, pidieron un completo con churros y croissant.

MERCHE: “¿Qué te ha parecido la película?”

LOLA: “Pues me ha gustado, pero el que más Viggo Mortensen, ¡qué tío! ¡siempre está bien!”

MERCHE: “¿Que si está bien? ¡Está para comérselo!”

LOLA: “¿Y la temática?¿Qué piensas?”

MERCHE: “Pues me ha recordado aquello que decía mamá: `La instrucción, en el colegio; la educación, en casa´. Es como lo que siempre hemos vivido con nuestros padres, educadas en la más absoluta libertad, lejos de los convencionalismos y los prejuicios del sistema.”

LOLA: “Ya, pero en la película no parece que den libertad a los chicos para ir a la escuela. Tanto la madre como el padre les entrenan en plena naturaleza para que sean autosuficientes y vivan de forma crítica...”

MERCHE: “Sí, sí, guiándoles sin tecnología y con un ideario de extrema izquierda”-interrumpió. “Es una postura socioanarquista que pretende acabar con la escolarización obligatoria.”

LOLA: “Bueno, ¿y no estás a favor?”

MERCHE: “En parte, sí. Pero, ¿recuerdas a Micaela? Pues su hija no quería ir al instituto y terminaron por quitarle la custodia, teniendo que pagar la consiguiente multa. Consecuencias de la escolarización obligatoria.”

LOLA: “Claro, se considera un logro de las sociedades democráticas porque se salvaguardan los derechos de la infancia, favorece el desarrollo de los niños y niñas, prepara para la inserción en el mundo laboral, promueve la igualdad de oportunidades, ayuda a la socialización de los chavales...pero...”

MERCHE: “¿Pero...?”

LOLA: “Pues volviendo a la película, si observamos los principios rousseaunianos, el hombre es bueno en la naturaleza y sería la sociedad (en especial la sociedad consumista y capitalista) la que lo corrompe.”

MERCHE: “Recuerda que es el hijo mayor el que se queja de esa educación, que los deja al margen del mundo real. Saben sobrevivir, por la fuerza de sus manos, en un medio hostil; conocen todos los artículos de la Constitución; tienen una vasta cultura en cuanto a lecturas, celebran el Día de Noam Chomsky en lugar de la Navidad; pero ignoran las cuestiones más básicas de la sociedad moderna.”

LOLA: “Bueno, eso es lo que quiere reflejar la película, pero cabría preguntarse si los niños que poseen todos los medios tecnológicos, reciben una instrucción de los colegios y los institutos acordes con esa sociedad moderna de la que hablas, están socializados con otros semejantes de su misma edad; cabría preguntarse, digo, si realmente están preparados para la vida real.”

MERCHE: “En teoría, sí. De hecho se les prepara para que obtengan un título, una certificación, y puedan acceder al mundo laboral, funden una familia y no sean unos delincuentes o unos indigentes.”

LOLA: “Entonces, ¿a qué responde la queja de muchos docentes sobre la desmotivación de sus alumnos, la disrupción que les lleva a hacer de las clases algo insoportable? Y, sí, efectivamente obtienen una certificación que les permite tener un trabajo, pero esos mismos docentes y, quizá, la sociedad se quejan de la excesiva puerilidad de una gran parte de los jóvenes, que se estresan ante cualquier revés y no saben asimilar el fracaso.

MERCHE: “Seguramente por querer hacer de ellos megaciudadanos que, a través de las clases regladas y no regladas, se conviertan en seres competitivos capaces de cualquier salvajada dentro de las junglas de cemento. Pero como esto se hace con extremo mimo y llevándoles entre algodones, pues de ahí la ruptura que se produce en su interior.”

LOLA: “¿Es posible que eso se vea reflejado en Captain Fantastic en la figura de la madre, con trastorno bipolar, que la conduce al suicidio?

MERCHE: “No lo sé, no lo creo. Ellos lo que quieren es dar a sus seis hijos una educación alternativa, lejos de los cauces convencionales. De ahí la no escolarización. Lo de la madre pienso que no tiene nada que ver; ella sufre un trastorno mental, pero la película no deja entrever que esto se deba a un conflicto entre lo que quiere para sus hijos y su propia experiencia personal.”

LOLA: “Eso nos lleva a que lo que hay que distinguir es la escolarización de la educación. Una cosa es estar escolarizados, `estabulizados´ para entendernos, y otra cosa es recibir una educación, que es lo que reclaman para sí algunos padres que no ven con muy buenos ojos la obligación de llevar a sus hijos a la escuela.”

MERCHE: “Ya, pero fíjate, ¿la E.S.O. qué significa? Educación Secundaria Obligatoria, con lo que se pretende una enseñanza integral, que aúne conocimientos, procedimientos y valores. Y que, lejos de desmerecer el aprendizaje que se inculca en casa, complemente los dos ámbitos: el de la enseñanza institucional y el de las familias.”

LOLA: “Vale, vale, pero no termino de ver claro lo de OBLIGATORIA. Los amishs, sin ir más lejos, no llevan a sus hijos al colegio y, sin embargo, éstos reciben una educación muy estricta.”

MERCHE: “Ya, ya sé que estudian todos juntos del primer al octavo grado. Una asamblea de padres selecciona a mujeres jóvenes solteras, que hayan mostrado una fuerte dedicación al estilo de vida Amish y la religión, para que trabajen como profesoras. Todo ello al margen de las escuelas oficiales, poniendo énfasis en la obediencia en términos de toda la comunidad y no del individuo.”

LOLA: “Y en Estados Unidos es legal.”

MERCHE: “Muy bien, pero lo que salvaguarda una educación oficial obligatoria es que los niños y las niñas no puedan ser educados dentro del régimen de cualquier fanatismo religioso, que reciban valores democráticos, igualitarios, solidarios y críticos.”

LOLA: “¿Y qué me dices de la etnia gitana aquí en España?”

MERCHE: “Pues que una de las razones de la Renta Mínima de Inserción es garantizar que los niños y niñas gitanos estén escolarizados y no trabajen en el mercadillo con sus padres o en cualquier otro sitio, lo que podría suponer una explotación de los mismos, un impedimento para que puedan acceder a estudios superiores, y un factor de exclusión social. De paso se pretende favorecer su pleno desarrollo como ciudadanos.”

LOLA: “Especialmente por lo que respecta a las niñas gitanas, las cuales, en gran número, son madres entre los 12 y los 16 años, y eso les lleva a abandonar sus estudios a edad muy temprana.”

MERCHE: Efectivamente. Mira, el sistema tiene sus fisuras y sus contradicciones pero es `garantista´, es decir, asegura unos mínimos en cuanto al derecho a una educación básica, a tener los resortes y recursos para poder ganarse la vida de forma digna y a tener expectativa de futuro. En cualquier caso, aunque haya países donde se permite la educación en casa, aquí en España no es posible, a pesar de que ha habido sentencias que han dictaminado que la obligación de escolarizar tiene un sentido más restringido que la obligación de educar, por lo que la falta de escolarización supone la infracción de un precepto legal, pero no todas las infracciones legales constituyen un delito. En consecuencia, ha habido padres que han sido absueltos por educar a sus hijos al margen de la institución docente.

LOLA: “Eso me lleva a que, quizá, debería ser un derecho de los padres.”

MERCHE: “Quizá...”

LOLA: “Bueno pues, mientras tanto, brindemos, aunque sea con café, por Noam Chomsky.”

MERCHE: “Y por Viggo.”

LOLA: “Eso.”

Seguidamente, pagaron la cuenta, se pusieron los abrigos y salieron del local enlazadas del brazo.



                                                  ESTRELLA DEL MAR CARRILLO BLANCO

                                                               25 DE NOVIEMBRE DE 2022

viernes, 18 de noviembre de 2022

 

                                                                    AMANDA


¿Cómo es posible que mi hija no se haya dado cuenta de semejante despropósito? Le dije que tuviera cuidado con ese hombre, que no era de fiar. ¿Pues no le dio confianza para poner un negocio de vinos? Y ella le entregó 3000 euros, para que le arreglase el local de venta y, claro, no se los devolvió. Se quedó con el dinero y no hizo nada. Mira que se lo dije, que siempre te has fiado demasiado de todo el mundo, que has sido una ingenua toda la vida, que tú no sabes nada de ese tipo de negocios. Y ella erre que erre, que sí, que era una oportunidad, que nadie la iba a engañar, que le habían hablado muy bien de esa persona, que todo lo hacía por salir adelante después de su divorcio. Si es que es como su padre, un crédulo, un cándido, un imprudente, un irreflexivo. Son tal para cual. Y yo siempre cuidando de ellos, advirtiéndoles de los peligros, de las malas gentes, del fraude, de la trampa, de la engañifa.

Todavía recuerdo aquella cesión de terreno que hizo él cuando apenas teníamos nada, cuando para arreglar la casa del pueblo le regaló al vecino un trozo de la parcela para que pudiera acceder con el camión. Es que era tonto, así, sin reclamarle ningún coste ni ningún papel, y eso que el terreno era mío de la herencia que me dejó mi madre... Pues se atrevió a hacer y deshacer sin consultar y ahora, ya ves, no tenemos sitio nosotros para meter el coche. De aquellos lodos vienen estos polvos. Y que no pasa nada, que era un acto de generosidad vecinal, que nos convenía por si alguna vez le teníamos que pedir algún favor. ¡Será ingenuo!

¿Y qué decir de ella? No me extraña que la abandonase el marido, si se pasaba gran parte del día con los del partido político ese en el que se metió, si no sabía ni freír un huevo, y ahora dice que el futuro son los vinos. Cabeza de chorlito. Como mis hermanas, a cual más desahogada. Toda la vida preocupándome de sus intereses, de sus deseos, de sus necesidades, pero ninguna me lo agradeció. Cada una va a lo suyo y allá te las entiendas. Cría cuervos. Nunca les ha importado si yo reclamaba algo, si me hacía falta algo, si estaba enferma, nada, yo era la burra de carga de todos, la que tenía que apechugar si había algún problema en la familia, la que les sacase las castañas del fuego. Y como la madre me dejó a mi la casa por ser la mayor y por ser la que más se había ocupado de ella, pues se armó el chocho grande. Que yo la había manipulado, que no tenía derecho, que me había aprovechado de su buena voluntad. Pues ya no me hablan.

Y el pamplinas de mi yerno, que lo único que ha hecho bueno es cortar con mi hija, pero mientras duró bien que quería que le hiciese la comidita y que le planchase los pantalones, y que le escuchase todas las tonterías que se le venían a la cabeza. Me decía: “¡Mamá grande! Preciosa, ¿qué te parece el traje que me he comprado? Voy a ir a la despedida de soltero de Joaquín, que se nos casa, ya iba siendo hora, si no se echaba novia ni con la más fea del barrio, pobrecillo, pero `ha pinchao´ y se nos casa de penalty. A ver si tu hija deja un día de estar con sus amigas y me ayuda a comprarle un regalo. Va a ser un bombazo.”

Pero no tenían que haberlo dejado. Al fin y al cabo él era el único que me hacía reír, el único que se acordaba de mi cumpleaños. ¡Qué pena de hija! No sabe lo que ha perdido, porque tener a alguien que acompañe tu soledad...eso es impagable. Si lo sabré yo que, aunque su padre es un chiquilicuatre, está conmigo y me hace compañía. Los dos se conocían desde pequeños, desde que se hicieron amigos en el parvulario y no había dios que los separase. Jugaban, estudiaban, se divertían, venían a mi a que les diese la merienda, estaban hechos el uno para el otro. Pero al pasar de los años y no tener hijos, eso, eso es lo que más me duele, que no me hayan dado nietos, con lo que disfrutaría ya con la edad que tengo, con la felicidad que hubieran traido unos retoños, ¡qué calamidad! Mi hija se metió en el partidos político ese que no sé qué le da...pues se metió porque conoció a un tipo que la comió la cabeza y le aseguró que podía hacer carrera política, que tenía don de persuasión y podía hacer mucho por su país. ¡Cuántas mentiras! Y poco a poco fue abandonando sus rutinas, sus querencias, a los amigos de siempre y se echó a esas amigas que se llaman feministas, que se creen que sólo ellas se preocupan por las mujeres. ¡Como si yo no me hubiese estado haciendo cargo de todas las que me rodeaban a lo largo de mi vida! Sin hacer halaraca, sin montar pollos, sin manifestarme cuando según ellas los hombres cometen algún abuso. Si al final va a resultar que la auténtica feminista soy yo. Pero mi hija dice que hay que salir a la calle y denunciar, y hacer visible los siglos de patriarcado que hemos sufrido. ¡Cuántas mentiras! Con lo que he peleado para que ella sea una mujer independiente, inteligente, con carrera universitaria, para que viviera con honradez y nadie pudiera pisotearla, para que nadie se burlase de ella y la tratasen con toda la dignidad que se merece. Pues no. Ahora dice que su marido la impedía crecer y que necesita sentirse realizada a través de otras ocupaciones. Que la gente del partido le ha enseñado a valorarse, que ahora es cuando realmente siente que su vida tiene sentido. ¡Válgame! ¿Y todo el trabajo que hemos hecho su padre y yo? Eso ya no le importa, ahora está empecinada en poner un negocio de vinos, que uno del partido le ha dicho que le vendrá muy bien para promocionarse entre los empresarios y en su carrera política. ¡Vaya desatino! No será si yo lo puedo impedir, que ya está bien, ella lo que tiene que hacer es volver con su marido, que es el que más la quiere, y seguir con su profesión sin meterse en camisas de once varas, que la deben 3000 euros y no sabe cómo los va a recuperar. Si se mete en berenjenales será por encima de mi cadáver. No le consiento que eche a perder su vida en nombre de no sé qué ideales y no sé qué principios. Principios de señoritas desocupadas, de gente ociosa, de personas vagas que solo emplean su tiempo en adoctrinar a los ingenuos que no se han esforzado en su vida. Gentes que aleccionan a los demás y en el fondo tienen un gran vacío dentro. Eso es lo que pienso y nadie me va a hacer cambiar de opinión.”




                                            ESTRELLA DEL MAR CARRILLO BLANCO


                                                          18 DE NOVIEMBRE DE 2022

lunes, 24 de octubre de 2022

 

                                                                     NELLY



A Nelly no le gustaban los aviones...

Cuando se decidió a marchar a España en un vuelo con escala en Lisboa, fue descubierta por las autoridades del aeropuerto sobre la ilegalidad de su visado y, en consecuencia, fue devuelta a su tierra de origen: Paraguay. ¡Malditos portugueses!, repetía Nelly mientras sufría las turbulencias en su regreso. Pero una vez recuperada del susto y haciendo acopio de cierta cantidad de dinero, volvió por sus andadas y cogió otro avión para la madre patria. Una vez allí, se instaló con su marido en un angosto y desaliñado piso de la calle Bravo Murillo, donde la comunidad de paraguayos se ayudaba mutuamente y conseguían mantener, no sin esfuerzo, ciertas señas de identidad.

Con todo, ella no se arredraba ante nada y consiguió enseguida trabajo como limpiadora de una casa en el centro de la capital. Nelly se esforzaba por hacer su tarea con esmero y cuidado, pero la señora era demasiado exigente y exquisita como para apreciar la labor que su joven asistenta realizaba. Pronto se marchó de allí y, poco a poco, consiguió hilar una serie de ocupaciones en distintas casas de la Comunidad de Madrid. Lo que más esfuerzo le supuso fue trabajar en un hotel en el que tenía que arreglar veinte habitaciones por hora, sin saber cuándo acabaría, debiendo estar disponible en cualquier momento de la jornada.


Ella luchaba por traerse a sus dos hijos de Asunción, cuidados ambos por su madre y educados en el más profundo guaraní. Cómo le gustaría que hiciesen sus estudios en España, con la importancia que tienen los títulos que aquí se obtienen, válidos en el mundo entero. Nelly soñaba con que, con un poco de suerte, su hija Enilda pudiese ser maestra, y ojalá su hijo Carlitos llegase a ser médico. Con ello estaba cuando su marido abrió la puerta de la casa y se venció ebrio en el ajado sofá del salón. No era la primera vez que su hombre aparecía así, tambaleándose de un lado a otro y vociferando blasfemias mientras empujaba todo lo que encontraba a su paso. En esos momentos, Nelly quería huir, salir corriendo, no sabía cómo afrontar la situación. Porque, en algunas ocasiones, él la había pegado.


Todavía sufría cuando recordaba el engaño al que la había sometido mientras ella permanecía en Paraguay, él con otra mujer, como si fuese su esposa, como si hubiese olvidado que tenía la auténtica en lejanas tierras. A Nelly se le encogía el corazón pensando en estas cosas y viendo a su marido desvencijado y hablando con lengua de trapo. Porque, por encima de todo, le quería y no podía abandonarle. Las amigas le habían aconsejado una abogada que lidiaba con los malos tratos y ella le había hecho una visita sólo para disipar algunas dudas acerca de la custodia de los hijos. Pero Nelly se debatía entre el tormento que la ocasionaba aquella realidad y la lealtad que guardaba por su hombre, los votos que habían jurado cuando se casaron, las cálidas noches en las que él la amaba y aseguraba que no habría otra mujer en su vida.


Porque Nelly era hermosa. Sus rasgos étnicos arrancaban murmullos entre las féminas más envidiosas y hasta el señorito de la ciudad residencial la apodaba “la bella indígena”. Porque a pesar de su pelo recogido en la nuca, a pesar de sus cejas casi inexistentes, a pesar de sus uniformes de criada agrandados para tener movilidad, ella era hermosa. Pero no era engreída ni estaba para perifollos. Creía que la mujer debe vivir para su familia y estar bella sólo para el marido. Esas eran sus creencias así como una religiosidad primaria que le hacía ser devota de su virgencita de la Asunción y de su amado niño Jesús. Así vivía, exhibiendo su inocencia sin ninguna maldad.


Sin embargo, Nelly tenía un secreto que ocultaba celosamente. Cuando aún estaba con su madre en Paraguay, y aún no tenían los hijos, apareció él cargado de regalos de la lejana España. Anduvo unos días pavoneándose de lo bien que le iba en el extranjero, y amó a Nelly ardientemente en las noches calurosas de Asunción, sabiendo que dejaría su huella. Tras su marcha, ella percibió una leve sospecha que, efectivamente, se manifestaría seis semanas más tarde. Nelly estaba embarazada aunque, de momento, quería que fuese una grata sorpresa y no diría nada. Todo marchaba bien y su madre la cuidaba amorosamente. Hasta que una mañana en la que estaba sola, sentada en el porche, Nelly sintió una punzada en el vientre. Los dolores fueron aumentando y, de repente, la sangre empezó a manar empapando la falda que le tapaba las rodillas. No pudo remediarlo, algo se le salía de las entrañas. Llamó, gritó pero nadie acudía a auxiliarla. Y sin querer, se encontró entre las manos con algo parecido a un muñeco, una masa de carne a medio hacer. Todo sucedió muy deprisa: un vecino, que escuchó su sufrimiento, corrió a socorrerla rápidamente llevándola al Hospital Central Samaritano. Allí, la sometieron a una intervención médica para vaciar el útero de todo resto fetal. Nelly, en estado de shock, lo vivió  sumida en una inmensa congoja. Pero no diría nada. Jamás sabría su hombre de esa pérdida, de semejante vergüenza contraria a la ley de Dios. Algún pecado imperdonable debía haber cometido para aquel desenlace. Sus labios, hermosos y tímidos, quedarían sellados para siempre.




                                                  ESTRELLA DEL MAR CARRILLO BLANCO


                                                                      24 de Octubre de 2022

martes, 27 de septiembre de 2022

 

                                                                    LAURA



Laura, la de los ojos garzos, nunca había contemplado un muerto. En aquella sala con olor a incienso, reposaba el cuerpo de su madre fallecida dos días antes. No tenía ninguna sensación, ni de dolor ni de tristeza, simplemente le impresionaba la palidez del rostro a pesar del maquillaje y el tono acartonado que ofrecía el cadáver.


Ella misma había organizado todo lo relativo al sepelio y al funeral, ya que su padre en estado de shock no era de gran ayuda, y se preguntaba con curiosidad cuánto tardarían en llegar los amigos y familiares. Todo el procedimiento jurídico tras el suicidio había sido lento y cansino: el atestado del juez, el análisis forense, los informes policiales...., todo ello había dejado a Laura sin ganas para enfrentarse ahora a las múltiples preguntas e indagaciones de los conocidos.


Habían transcurrido diez años desde los primeros dolores de cabeza, los síntomas de ansiedad y los cortes y arañazos en las muñecas. Laura, entonces con 16 años, vivía esos sucesos como si estuviera viendo una película. Ayudaba a su padre en todo lo que podía, pero el peso de los acontecimientos era demasiado grande.


Todavía recordaba por momentos aquel novio que tuvo, educado, amable, pero que no pudo soportar la inquietud constante que Laura tenía por su madre. Los episodios de locura delirante la dejaban exhausta y comprometían seriamente su trabajo como dependienta de un comercio de modas. Sus amigas, pocas, le aconsejaban con buena intención: que se preocupase de sí misma, que dejase en manos de los médicos lo irremediable, que su padre hacía dejación de su responsabilidad... En fín, Laura veía pasar los días como encerrada en un túnel del que no contemplaba la posibilidad de salir.


Pero quería a su madre. En los momentos de lucidez, ella se mostraba serena y cálida, enseñaba a Laura a cocinar y le descubría los secretos propios de la adolescencia y la juventud. Todavía recordaba el día en el que un pajarillo cayó del nido y lo alimentaron con pan mojado en leche, como si se tratase de un pequeño regalo familiar, como si fuese un hijo al que hay que cuidar y proteger. En esos momentos afloraba un sentimiento maternal que no sabía de egoísmos ni de alucinaciones, que se reconciliaba con lo más profundo del ser humano en su vertiente más telúrica. Y aparecía la mujer risueña y jovial que Laura admiraba en su niñez, la mujer poderosa que arrancaba gestos de secreta envidia en el resto de las féminas, la esposa feliz que pisaba firme frente a cualquier problema que se le presentase.


Aún echaba de menos aquel viaje que hicieron juntas a Praga, cuando su padre tenía demasiado trabajo como para acompañarlas. Todavía no se había hecho manifiesto el constante extravío con el que luchaba la cabeza de su madre. Todavía, los momentos de calma y lucidez, se extendían con bastante extensión en el tiempo. Por eso, pasearon con alegría por el puente de Carlos, quedaron pasmadas ante el reloj astronómico y se hicieron numerosos selfies en la plaza de la Ciudad Vieja. Junto a la estatua de Jan Hus, ella contó a su hija que, mientras éste moría en la hoguera condenado por herejía, una viejita arrojó una ramita de enebro para que el fuego prendiera más deprisa. Esas y otras historias hacían las delicias de Laura sintiéndose privilegiada por tener una madre así, y reía con franqueza cuando, en la excursión a Karlovy Vary, bebieron el agua de las fuentes termales estando de acuerdo en que aquel brebaje limpiaría sus intestinos sin necesidad de más purgas en toda la vida.

En la visita que hicieron a la cripta de la iglesia de San Cirilo y San Metodio, quedaron estremecidas con la historia de los paracaidistas que se escondieron allí durante el asedio de los nazis, teniendo finalmente que suicidarse para no sufrir el tormento de los alemanes. Las dos mujeres contemplaron el busto de los héroes y los nichos del recinto, y enmudecieron cuando el hombre que cuidaba las postales con la imagen de los soldados sólo les pidió la voluntad por un puñado de ellas.


Laura disfrutaba con la compañía de su madre porque era generosa en sus emociones y porque nunca le reprochaba nada. Porque había entendido siempre sus inquietudes y sus sinsabores sin dejar un resquicio al desaliento, sin permitir que las desgracias hicieran mella en su alma de niña y adolescente. Por eso Laura cuidó de ella cuando la enfermedad hizo presa de la misma. Nunca se arrepentiría de las tardes en las que la abrazaba sujetando su cuerpo vencido hacia la locura, cuando tenía que taparse los oídos ante los gritos de la mujer herida, cuando lloraba porque había cortado sus venas y se desvanecía en las tinieblas de la noche.


Laura, la de los ojos garzos, miró una vez más el cadáver de aquella a la que amaba y, sin dejar que la tristeza la invadiera, depositó una de las postales de los soldados checos entre sus manos.




                                          ESTRELLA DEL MAR CARRILLO BLANCO


                                                          27 DE SEPTIEMBRE DE 2022

lunes, 15 de agosto de 2022

 

                                                                  PETRA



La menstruación de las mujeres es un atraso. Así pensaba Petra, mientras se comía un helado Magnum sentada en el chiringuito frente al mar.


La gente deambulaba de orilla a orilla en aquella playa nudista donde los cuerpos se confundían como masa de carne sin procesar y Petra, cansada del espectáculo, imaginaba un mundo donde las mujeres no tuvieran sexo, ni identidad de género, ni condición de femineidad.


Hacía dos años que le habían diagnosticado un cáncer y, desde entonces, había llevado el tratamiento con severa disciplina. Ni siquiera cuando le practicaron la mastectomía había sentido miedo, jurándose con estoica decisión que luciría su cicatriz a la mínima ocasión que tuviera. Después, las sesiones de quimioterapia coadyuvante le provocaban fatiga y decaimiento, pero Petra optaba por liarse lentamente un porro y fumarlo a pequeñas bocanadas.


Ahora, contemplando el ir y venir de las olas, se había despojado del pañuelo que cubría su cabeza dejando al descubierto la plenitud de su calvicie, sintiéndose por fin libre, descargada de la responsabilidad de hacerse cargo de su propia enfermedad. Lo mismo le había ocurrido cuando, siendo aún adolescente, había decidido no ser madre, ni tampoco esposa. La vida de Petra Ramos era propiedad suya y la viviría como ella quisiera.


Había tenido amantes, algún amigo, pero nunca un compañero. Los hombres, en general, habían sido una decepción no pudiendo recordar, ni en los momentos más salvajes de sus relaciones, la experiencia de hermanamiento propia de una pareja. Así, Petra se sumergió en los avatares de su carrera primero y, después, de su profesión.


En su condición de abogada, lidiaba continuamente con casos de maltrato y de violencia que la hacían profundizar cada día en sus convicciones feministas. Con todo, no dejaba de tener una opinión pesimista sobre el género humano, lo que la mantenía a cierta distancia de cualquier encariñamiento fácil con el prójimo. Cuando por las noches acariciaba su soledad, imaginaba un mundo ausente de emociones, en el que las personas se comunicasen sólo a través de frías pautas sociales. Donde no hubiera hombres ni mujeres, quedando todo reducido a gilipollas tal y como decía Mark Renton en “Trainspotting”.


Lo recordaba con gran nitidez. Las películas que veía y los libros que leía quedaban grabados en su memoria para después recurrir a lo más significativo en sus conversaciones. Lo hacía continuamente y eso provocaba en los demás una sensación excesiva de pedantería. Por eso, había decidido no tener acompañante si la ocasión no lo requería, lo que le había llevado a comprobar que las ciudades no están hechas para mujeres solas. Así como en los bares es frecuente observar a hombres solos con el periódico o el móvil, resulta más difícil contemplar a mujeres en la misma situación. Y si sucede, siempre aparecerá un pesado que intentará romper el clima de independencia.


Pero no. Ahora se encontraba a gusto contemplando los cuerpos desnudos y sintiendo la brisa del mar en aquella playa de Almería. Hacía días que no sentía náuseas y podía comer con más libertad los alimentos que hasta entonces le resultaban aversivos. Por eso había elegido ese chiringuito para pasar la mañana, por la riqueza de sus menús y la tranquilidad de su ambiente.


Durante esos momentos matutinos, acostumbraba a ver a un señor con cierta morbidez en su peso que cargaba dos enormes bolsas y caminaba por la orilla de forma errática. Parecía extranjero y también estaba solo. Petra se preguntaba por las razones que habrían llevado a ese hombre a desplazarse tan lejos y pasear de manera tan extraña. Le resultaban tiernos la palidez de su cuerpo y el enrojecimiento que había adquirido por la exposición al sol. Jamás se pondría moreno, jamás alcanzaría esa morenez propia de pieles atezadas y acostumbradas a los rayos más abrasadores. Sintió pena. Por un instante quiso abrazarlo y besarlo, compartir con él la muda soledad, la caricia en su cicatriz de alguien que hubiese sufrido el implacable discurrir de un tiempo agónico, que se hubiese desangrado por la ausencia de una mano amiga. Petra se estremeció. Por un instante, pero sólo por un instante, tuvo ganas de llorar y por un instante, pero sólo por un instante, sintió que era un poco más humana.



ESTRELLA DEL MAR CARRILLO BLANCO

15 DE AGOSTO DE 2022

viernes, 25 de marzo de 2022

EL GIRO (INFUENCIA DEL PENSAMIENTO EPICÚREO EN LA CULTURA OCCIDENTAL)

 


 

En el invierno de 1417, el humanista toscano Poggio Bracciollini se encontraba en Constanza, desocupado por fuerza mayor. Había llegado un par de años antes en el séquito del papa Juan XXIII con el importante cargo de scriptor, secretario apostólico. En la ciudad suiza se celebraba el concilio que pretendía zanjar el ominoso cisma que aquejaba a la cristiandad con tres papas reclamando la cátedra de Pedro: Benedicto XIII (Pedro Martínez de Luna), Gregorio XII (Angelo Correr) y Juan XXIII, el intrigante aristócrata napolitano Baldassarre Cossa, para el que trabajaba Poggio. El infalible y santo concilio general de Constanza declaró que la conducta detestable e indecorosa de Cossa había llevado el escándalo a la Iglesia y que no era digno de seguir ostentando un cargo tan elevado. Juan XXIII huyó hacia Alemania y finalmente fue apresado en la ciudad de Heildelberg, donde murió al poco tiempo. Tras cuatro años de deliberaciones, los electores de Constanza eligieron un nuevo pontífice, el noble romano Oddo Colonna, quien adoptó el nombre de Martín V.

Así pues, el cesante Poggio Bracciollini quedó sin recursos y libre de toda obligación. Pero, como inquieto humanista, no desaprovechó la oportunidad y se dedicó, tal vez financiado por algún mecenas, a la caza de manuscritos latinos, como hiciera décadas antes el maestro de los studia humanitatis, Francesco Petrarca, quien, rastreando bibliotecas de París o Lieja, había conseguido restaurar la monumental Historia de Roma desde su fundación, de Tito Livio, y recuperó importantes textos olvidados de Cicerón, Propercio y otros.

Con idéntico propósito, Poggio encaminó sus pasos hacia el monasterio de San Galo, al norte de Suiza, y, después, hacia el de Fulda, en la Alemania central, cuyas bibliotecas le depararon valiosos hallazgos, arrumbados durante siglos en los copiosos anaqueles monacales. Halló manuscritos de obras hasta entonces olvidadas de Silio Itálico, de Manilio o del historiador Amiano Marcelino. Pero el descubrimiento más significativo y excepcional se lo proporcionó el manuscrito De rerum natura, del poeta romano de la primera mitad del siglo I a.C. Tito Lucrecio Caro. Curiosamente se desconoce en cuál de los dos recintos religiosos se produjo el valioso hallazgo, aunque los estudiosos se inclinan por el monasterio de Fulda.

Casi nada se sabe del poeta Lucrecio, más allá de alguna mención dispersa de Cicerón, Virgilio u Ovidio y una glosa marginal de San Jerónimo en una crónica antigua. En la entrada del año 94 a. C., anota:“nació Tito Lucrecio, quien después de volverse loco por un filtro amoroso, escribió, en los intervalos de cordura que le dejara su demencia, varios libros revisados por Cicerón; y que se mató con sus propias manos a los cuarenta y cuatro años de su edad”. Ningún crédito cabe otorgar, sin embargo, a la nota del santo padre de la Iglesia que, como se sabe, fue un ferviente denostador de la literatura pagana, por considerarla portadora de pecaminosas perversiones que podrían contaminar con nocivas ideas la mente de los cristianos.

Y no anduvo del todo desencaminado en su temor San Jerónimo, ya que, tras la exhumación del manuscrito por parte de Poggio, la obra se divulgó profusamente en diversas copias, que se multiplicaron desde mediados del siglo XV por la invención de la imprenta; y, desde luego, Sobre la naturaleza de las cosas era portadora de ideas encontradas con la ortodoxia católica, lo que no impidió en cualquier caso que gozara de muy buena acogida por parte de los artistas e intelectuales del Renacimiento y de siglos posteriores, hasta el extremo de suponer el embrión del pensamiento libre de Europa.

Esta es, al menos, la tesis del investigador norteamericano Stephen Greenblatt, quien en El Giro (2011), ensayo galardonado con el National Book Award y el premio Pulitzer, sostiene que las ideas que plantea Lucrecio en su espléndido libro alimentaron el pensamiento de pensadores e intelectuales señeros de la cultura occidental: desde Maquiavelo, Erasmo, Tomás Moro, Montaigne, Galileo o Newton hasta Darwin, Freud o Einstein.

Sobre la naturaleza de las cosas es un largo poema, escrito en hexámetros de hermoso latín y estructurado en VI libros, en el que el aliento poético y la pasión científica se funden hasta ser una misma cosa. Y es la obra de un discípulo que transmite unas ideas desarrolladas varios siglos antes por el filósofo griego Epicuro, genuino mesías filosófico de Lucrecio. Epicuro había nacido a finales del año 342 a. C. en la isla de Samos, en el Egeo, a donde su padre había ido como colono y donde ejerció como maestro. La baja extracción social de Epicuro fue reproche de Platón y de Aristóteles, sus contemporáneos y competidores doctrinales en el contexto pedagógico de la Atenas del siglo IV a. C.

Epicuro difundía en el Jardín (Kêpos), la escuela que fundó en Atenas, y en la que admitió como estudiantes mujeres, prostitutas y esclavos, la idea de que todo está constituido por átomos, noción tomada de Leucipo de Abdera y de su discípulo más destacado, Demócrito. El concepto que postulaba Demócrito, una conjetura sin posibilidad de demostración empírica hasta dos mil años después, afirmaba que existe un número infinito de átomos, cuyas únicas cualidades son el tamaño, la forma y el peso, partículas que constituyen lo que vemos combinándose entre sí en una variedad inagotable de formas. Esta idea que propagó Epicuro es una solución fantásticamente audaz del problema que obsesionaba a los grandes intelectos de aquel mundo y que se enfrentaba a la idea de Platón de la realidad como una representación imperfecta, una proyección del perfecto mundo de las ideas, o de la configuración aristotélica de la realidad de las cosas en accidentes y sustancia.

Dicha explicación del todo (átomos, vacío y nada más) lleva a excluir la magia y puede liberar al hombre de la terrible aflicción del temor a algo después de la muerte, “el país inexplorado -en palabras de Hamlet- de cuyos confines no regresa viajero alguno”. Liberados, pues, de la superstición, del inexistente más allá y del concepto del alma eterna, ya que el alma, asimilable a la noción de mente o pensamiento, muere con el cuerpo, decía Epicuro y repite Lucrecio, tendremos libertad para buscar el placer, el fin supremo de la existencia. La muerte no significa nada y, por tanto, no ha de preocuparnos. Es fácil entender que, en el contexto tardo medieval, la obra de Lucrecio llevaba aparejada la definición de ateísmo que cualquier inquisidor habría juzgado con la mayor severidad. De hecho, terminó ocurriendo un siglo después (febrero de 1600), en la triste figura de Giordano Bruno, epicúreo confeso y lector de Lucrecio, que fue juzgado y condenado a la hoguera por sus heréticos escritos mofándose de la Divina Providencia.

Los reparos y barreras que desde el poder se establecieron quizá contuvieron las ideas lucrecianas con especial éxito en España. “En esta desventurada patria -escribe Agustín García Calvo en 1983-, dominada largos siglos por el miedo y la miseria que la necesidad de un imperio Católico hubo de imprimir a sus súbditos, no tengo noticia de que se leyera el poema de Lucrecio”. No es del todo exacto, sin embargo: en 2008, Trevor Dadson, revisando inventarios de las bibliotecas de la nobleza española, encontró referencias de alguna copia de De rerum natura, como la de Alonso de Olivera, médico a comienzos del siglo XVII de la princesa Isabel de Borbón; y la que adquirió Francisco de Quevedo en una almoneda de 1625 por un real. En lo que sí acierta García Calvo es en la ausencia de traducciones, al menos hasta que a finales del siglo XVIII tradujera en verso la obra de Lucrecio el abate Marchena, si bien esta no se publicó hasta que Marcelino Menéndez Pelayo la diera a la luz de la imprenta en 1896. Unos años antes, en 1893, se publicó una traducción en prosa de Manuel Rodríguez-Navas, prologada por don Francisco Pi y Margall.

Para finalizar, cabe preguntarse qué papel juega el azar, como en toda actividad humana, en la evolución cultural. Analizando la curva ascendente de la tecnología, podría pensarse que el progreso es un logro imparable y siempre en alza, pero, si se analiza dicha gráfica en escalas más pequeñas, se verá que la curva describe picos y valles, descensos que precipitan momentos históricos a hondos pozos de oscuridad. ¿Qué habría sido de la humanidad, por ejemplo, si no se hubiera quemado la antigua biblioteca de Alejandría? Es una pregunta que muchos se han planteado. En la misma línea puede formularse el interrogante de cómo habría evolucionado el pensamiento en occidente, si Poggio Bracciollini no hubiera encontrado el manuscrito de De rerum natura, perdido en un remoto monasterio germánico. ¿Se habría desarrollado el racionalismo ilustrado si el pensamiento epicúreo no se hubiera preservado en el cofre de Lucrecio? A la luz del ensayo de Greenblatt, parece incuestionable que no o, al menos, se habría desenvuelto más tardíamente. En cualquier caso, no se debe olvidar que el oscurantismo, la propensión a las supersticiones, la paranoia nacionalista y la irracional pasión de los seres humanos por la violencia, rasgos todos alejados de la búsqueda del placer intelectual que propugnaba Epicuro, son lacras que solo se pueden atenuar con la luz que emana de la razón. La lucha del logos contra el mito es, pues, una pugna perpetua.

En los aciagos momentos que hoy vivimos, tal vez sea oportuno terminar con los versos de Lucrecio, solo un fragmento del memorable “Himno a Venus” que inicia la obra, en la bella traducción del abate Marchena:

 

Haz que entre tanto el bélico tumulto

y las fatigas de espantosa guerra

se suspendan por tierras y por mares;

porque puedes tu sola a los humanos

hacer que gusten de la paz tranquila;

puesto que las batallas y combates

dirige Marte, poderoso en armas,

que arrojado en tu seno placentero,

consumido por llaga perdurable,

la vista en ti clava, se reclina,

 con la boca entreabierta, recreando

sus ojos de amor ciegos en ti, diosa,

sin respirar, colgado de tus labios.

martes, 15 de marzo de 2022

                                                                LA MUERTE


                                                                                A mi padre, In memoriam


           Uno no es consciente de la ausencia hasta pasados varios días. Comienza con una dificultad en la respiración y, poco a poco, sin apenas darte cuenta, te invade cierto malestar muy cercano a la náusea. Entonces llegan los recuerdos: esa mirada extraviada en la postrera situación de la cama, la dificultad para darle de comer sin poder evitar el ahogo, la petición de una caricia, la confirmación de que para él eres muy importante...


            Habían transcurrido 9 años desde que se le declaró la enfermedad. Así, se fue deteriorando como un pajarillo en las frías heladas de invierno. Y ya no pudo ir de caza, ni de pesca, que a él le gustaba. Y ya sólo soñaba con un osezno que jugaba en la frondosidad del bosque.


            Él había sido un trabajador de los que vivieron la guerra de chico y, posteriormente, fue de aquellos que se esforzaron por que sus hijos fuesen a la universidad y por que las cosas cambiasen. Ya sabes, pelearon de forma callada y sumisa a través del denuedo diario, de la silenciosa fatiga, del sacrificio anónimo, del esmero en la faena. No se les podía exigir más, lo dieron todo, se dejaron la piel en todo, siendo el precio su propia vida.


          Y ya en los últimos tiempos, disfrutaba en la soledad de su habitación conectando con el Tour de Francia, el Giro de Italia o la Vuelta a España. ¡Qué entusiasmo con Valverde, con Alberto Contador, con las nuevas generaciones! Aunque sus ídolos de verdad seguían siendo Perico Delgado, Miguel Induráin, el Volcán de Baracaldo... Si hasta fantaseaba inventando una bicicleta que superase su invalidez y le permitiera subir al Puerto de los Leones.


           Pero nada volvió a ser como antes. Ni las tardes en las que arreglaba la escalera con sus piedras redondeadas, ni el cuidado que tenía por sus nietos, ni los días en los que a mí me rescataba al dejarme el coche tirada.


               Ni el flamenco...


             De cuando en cuando, en las reuniones familiares, nos alegraba entonando una copla o se arrancaba por una soleá. Y es que de pequeño escuchaba a los grandes a través de las ondas de radio, lo que le había permitido degustar el cante jondo. Apreciaba, por tanto, el método del maestro Chacón, el purismo de Antonio Mairena, los fandangos de Farina, la hondura de Caracol... El primer vehículo que se pudo comprar, un Citröen 2 caballos de color azul, fue bautizado con el nombre de “La Paquera”, en homenaje a la cantaora de Jerez.

              No sé si aquella vez en la que asistió a un concierto de El Cabrero, con un frío que pelaba, pudo escuchar “El canto de la perdiz” (cante que ensalza al emblemático animal de riqueza cinegética) y disfrutar aunando dos de sus pasiones más queridas. Y si las circunstancias lo hubieran propiciado, si la realidad no nos hubiera atrapado de forma tan canalla, yo le hubiera llevado a ver a Miguel Poveda en la Sala Galileo, con el fin de que manifestase su gusto y su opinión por las nuevas voces y por los nuevos flamencos.


              Al final, no pudo ser. Ni eso ni otras cosas. Pero con su trabajo y con su esfuerzo intentó tejer un entramado de sólidas bases con el que dar sentido a esta incongruencia y a este caos que es la vida. Nos enseñó a no desfallecer, a seguir en la lucha de manera honesta, a perseguir nuestros proyectos perseverando en los mismos. Le vimos sufrir y empatizamos con su sufrimiento, pero admiramos su fortaleza porque con ella nos hizo también fuertes. No quisimos llorar ni gritar. Guardamos simplemente su recuerdo en lo más profundo de nuestra piel, en lo más hondo del pensamiento, en todos los rincones de los ojos.

                                                                             MADRID, 14 DE MARZO DE 2022


                                                                                  Estrella del Mar Carrillo Blanco

sábado, 19 de febrero de 2022

"Dios no juega a los dados" y otras prositas

 

Dios no juega a los dados

 

Dios no juega a los dados. En esto, Einstein llevaba razón. Dios es más de póker. No es que desdeñe otros juegos de azar. La ruleta francesa, la rusa o el blackjack, por ejemplo, también le ponen; pero el póker…

Las razones de dicha preferencia son diversas. En primer lugar, Dios es, como se sabe, un ferviente monárquico. La jerarquía de los naipes -reyes, caballeros, damas, pajes- suponen su ideal de orden social. De hecho, desde siempre ha ungido con su gracia a los soberanos. Por otra parte, nada como crear un mundo el viernes por la noche en una partida de cartas: la larga velada con los coleguillas (algunos arcángeles y un par de jinetes del Apocalipsis, imaginemos), el tapete verde, la copa de ambrosía con hielo y soda burbujeando a su vera, un buen veguero…Y, sobre todo, la pasión por el juego. Piénsese que, si Dios quisiera, podría adivinar con facilidad las bazas que juegan sus compañeros de mesa, pero entrar en variaciones y estadísticas rompería el encanto. Dios prefiere abandonarse al azar de la baraja. Este capricho divino explica por sí solo algunas de las desgracias que nos afligen, pero se comprende, sin el factor suerte la partida carecería de emoción.

De todas formas, se dice que tiene mal perder, que no soporta en un envite fuerte llevar un trío, pongamos por caso, y que un rival le venga con un ful o un póker de cincos. En estos lances, Dios se enfurruña y, aunque lo disimula, se percibe su enojo en cómo lanza las cartas sobre el tablero o en esa manera obsesiva de alinear los montoncitos de fichas.

Hay quien afirma que los maremotos o las erupciones volcánicas responden a estos arrebatos, pero no está del todo claro.

               


Infancia

 

Cuando recuerdo la infancia, no puedo evitar acordarme de mis andanzas con otros niños, al atardecer, en los solares del barrio, llenos de escombros, yerbajos y lagartijas. Sobre todo, lagartijas.

Un muchacho de imaginativa crueldad, Paquito, se había especializado en su captura (nada fácil, por cierto), para crucificarlas a continuación en dos palitos atados en aspa; a veces, una horquilla bastaba. Después, si el día acompañaba, las torturaba con una lupa, concentrando con la lente la radiación del sol en un pequeño haz de luz candente, a la altura del corazón. El animal no emitía quejido alguno, parecía aceptar ese cáliz como un mesías resignado. Aun así, los movimientos de su cabeza permitían intuir el sufrimiento.

En ocasiones, la ejecución se interrumpía, porque las madres nos llamaban para que recogiéramos la merienda. Entonces, la lagartija se quedaba sola en su calvario, tal vez horrorizada por la resurrección.

 


Mientras esperaba


Mientras esperaba a mi amigo, hice tiempo. Se me da mejor el espacio, sin embargo. El otro día, sin ir más lejos, fabriqué en un boleo un hueco para aparcar el coche. Pero el tiempo…

Empecé con unos instantes, más aptos para principiantes. Cuando cogí cierta soltura, como mi amigo no llegaba, ya me atreví con otros ratos más amplios, si bien se me escoraban un tanto hacia el pasado. Es cuestión de práctica, desde luego, no se puede improvisar semejante destreza. Además, como no creo en la pedagogía, soy autodidacta, y eso se nota, claro, cuesta más.

De todas formas, cuando esté más ducho, pienso construirme un par de eones y, entonces sí, estaré preparado para crear un espacio-tiempo en condiciones, lo que me permitirá forjar mi propio universo.

 


Fábula del mono y el horizonte

 

Aquella mañana, el horizonte devino en inconsútil yaga sangrienta. Un mono entusiasmado saltó de la rama y corrió a su encuentro. No lograba alcanzarlo, pero notó cómo la cabeza se le poblaba con figuras de agudos ángulos, de teoremas estrictos. Se tomó un descanso y un plátano, por ver si se despejaba. Alguien que pasó por allí le propuso cambiar el plátano por un adverbio de tiempo (siempre, creo), y aceptó. Al poco tiempo, sin embargo, se sintió defraudado y experimentó un odio inusitado que nunca había sentido hasta el momento. Siguió caminando sobre sus patas traseras, para ampliar las zancadas. Tenazmente, fatigó en vano los campos tras esa inasible línea remota.

Al caer la noche, desolado, añoró su rama feliz y las hojas que ocultaban el horizonte, aquel nido mullido donde se columpiaba la inconsciencia. Pero ya no supo regresar, y lloró por el irreparable error de bajarse del árbol.



Postulado


Si alguna vez lograra ser Dios, prohibiría la serpiente en el Paraíso y no alentaría el fratricidio. También arbitraría regímenes moderados de lluvia y reconstruiría Sodoma, permitiendo incluso en sus calles nuevas la celebración del Orgullo Gay. Desde luego, si consiguiera ser Dios, no exigiría oraciones ni holocaustos y, por supuesto, no enviaría a mi hijo a mezclarse con los hombres.

Me limitaría, eso sí, a contemplar mi creación como un artista, entreteniéndome en retocar los detalles, consciente, en cualquier caso, como ocurre con los textos, de que ningún mundo se concluye del todo, solo se abandona, ni existe obra que se precie sin la imperfección.



Miradas perdidas

 

¿Dónde van las miradas perdidas?

La opinión más extendida sugiere que son irrecuperables, pues en nada se posan. Se cree que huyen por la ventanilla del autobús y vagan cuan fantasmas por las calles sombrías, diluidas en un laberinto deshabitado. O caen al suelo en el paseo vespertino, sin prender en materia alguna, música líquida atravesando la tierra, ínfimo neutrino errante con rumbo a las antípodas de los pasos.

Pero tal vez viajen hacia adentro, para explorar en quien mira sus más raras regiones y allá, en los confines, quizá se confundan extraviadas con los días confusos que selecciona el olvido.

En ocasiones, sin embargo, el mar devuelve alguna mirada perdida, y no pasa nada.

 


En días como hoy

 

En días como hoy, cuando no me alcanzan los versos, me siento como esos poetas que, tras ofender al emperador, son enviados al Ponto, para esquivar los dardos de los partos.

Pero siempre hay un momento de descanso en el frente, una breve tregua para recoger a los muertos y tomarse el bocadillo. Es entonces cuando me dedico a forjar mis confusos hexámetros, doblo después con cuidado el pliego y fleto una paloma que atraviese el imperio transportando mis tristes expónticas.

sábado, 12 de febrero de 2022

 





                                      PASTORAL


                                            A Marcelino Menéndez Pelayo, In memoriam


                                                                      Cada día es una pequeña vida

                                                                                                  HORACIO


               Aquel 25 de julio, D. Marcelino madrugó más que de costumbre para emprender el camino hacia el valle de Liébana. El olor pastueño de la mañana remansaba su alma de las agitadas aguas del mundo cultural y académico, de las sombrías bregas a las que se veía abocado en su indesmayable defensa de la catolicidad de España. Como estaba fatigado, el dulce acunamiento del traqueteo del tren le adormeció hasta casi los términos del Monasterio de San Toribio, donde iba a asistir a los oficios en honor de Santiago Apóstol.

            En ese punto, se despertó sobresaltado por los gritos de un pastor persiguiendo por la dehesa un toro suelto que se acercaba con lúbrico afán a unas vacas. Nuetro erudito, célibe empedernido, a poco estuvo de acompañar al nemoroso guardián en su intento de frenar lo irremediable. Pero dos niños que viajaban enfrente iniciaron un coro alborozado de gracietas, palmas y jaleo festejando la escena. A todo esto, el bravo y encastado animal ya había agarrado una robusta hembra y procedía no digo que a conocerla bíblicamente porque, a fuer de irracional, le están vedados los deleites de la sagrada sabiduría, pero sí a darle un fogoso repaso que de cierto no olvidaría. El bueno de D. Marcelino, antaño nada complaciente con semejantes celebraciones, amonestó afablemente a los infantes, haciéndoles ver que se trataba solo de los designios de la naturaleza, que bien está, y no hay culpabilidad en ello, pero que sobraba tanto jolgorio y morisquetas, que estos asuntos debían vivirse con comedimiento, pues ya dijo el sabio Zenón que toda pasión es contraria a la recta razón y a la Naturaleza.

           Con tan prudentes y templadas palabras, fueron aquietándose los ánimos y don Marcelino pudo bajarse en su destino. Al rato, lo encontramos devotamente reclinado en la iglesia del Monasterio, con los ojos fijos en su devocionario abierto por el Memento, homo. De pronto, brotaron miríficas, resplandecientes las notas del imponente himno O Dei Verbum, que el Beato compusiera en alabanza del Apóstol. D. Marcelino levantó la mirada hacia la hermosa cúpula decorada con sugerentes guirnaldas y amorcillos. ¿Cómo describir el abrupto estremecimiento que lo asaltó? Oleadas de imágenes del revuelo matutino lo invadieron, turbándole en extremo, suscitándole la ensoñación de que los angelotes del techo le susurraban una impúdica cantinela:


                                                           Marcelino, Marcelino,

                                                           no te olvides de que eres hombre

                                                           y tienes un buen pepino



                 Tomado por la vergüenza y contrito, un ardimiento involuntario recorrió su cuerpo espabilando sus regiones pudendas, y con infinito arrepentimiento, a él que militaba en el ejército de Cristo, sintió que se le amorcillaba el soldado poniéndose firme de un respingo.

             Salió despavorido como alma que tienta el diablo, a refugiarse en la Cueva Santa, cercana al Monasterio. Lacerado por la vergüenza y la fiebre, apenas podía discernir lo que estaba experimentando o soñando, pero lo cierto es que en lo más íntimo de la gruta dio rienda suelta al desahogo de su cuerpo, y es dable pensar que el prodigio de un tocamiento allí floreció y quedó sepultado.

              Las tinieblas y el misterio envuelven los siguientes días a este suceso. Ni siquiera D. Marcelino acertaba a esclarecerlo. Poco o nada sabemos. Lo reencontramos, pasada una semana, de vuelta en Santander notablemente transfigurado. La imaginación popular desató toda clase de invenciones y fantasías sobre su vida y costumbres por aquel entonces: visitas a mancebías, frecuentación de tugurios, insomnes tertulias con poetas picantes y pornográficos, tímidos ensayos de vida pastoril, hasta el infamante bulo de un episodio de priapismo indomeñable... En fin, “bohemias”, como afirmó una vecina tiempo más tarde.

             Sea como fuere, la bruma de tanta búsqueda y desvarío se disipó un mes de mayo que, de la mano del viento, pasó a lo que algunos llaman la última infancia. Su íntimo amigo y mentor, Alejandro Pidal, fundador de la Unión Católica, batió la vivienda hallando numerosos cuadernillos y legajos con composiciones bucólicas de contenido erótico-festivo. Indignado por el hallazgo, ordenó quemarlos, aventurando que, sin duda, todos estos papeles obedecían al excesivo trato que su buen amigo había tenido en sus estudios con la heterodoxia y el libertinaje.

           Más un último encuentro reavivó su esperanza en la salvación espiritual del compañero y amigo: un pergamino con el “Miserere” del rey David, y una esquela pequeñita, en uno de cuyos ángulos podía leerse: Dejé mi cuidado entre las azucenas olvidado. Se humedecieron los ojos del prohombre Pidal que, conmovido, evocó con voz trémula al padre Homero:

                                           “Como las generaciones de las hojas, así los hombres”


                                                                                                            LUIS CARLOS YEPES

                                                              RICARDO      ...