sábado, 12 de febrero de 2022

 





                                      PASTORAL


                                            A Marcelino Menéndez Pelayo, In memoriam


                                                                      Cada día es una pequeña vida

                                                                                                  HORACIO


               Aquel 25 de julio, D. Marcelino madrugó más que de costumbre para emprender el camino hacia el valle de Liébana. El olor pastueño de la mañana remansaba su alma de las agitadas aguas del mundo cultural y académico, de las sombrías bregas a las que se veía abocado en su indesmayable defensa de la catolicidad de España. Como estaba fatigado, el dulce acunamiento del traqueteo del tren le adormeció hasta casi los términos del Monasterio de San Toribio, donde iba a asistir a los oficios en honor de Santiago Apóstol.

            En ese punto, se despertó sobresaltado por los gritos de un pastor persiguiendo por la dehesa un toro suelto que se acercaba con lúbrico afán a unas vacas. Nuetro erudito, célibe empedernido, a poco estuvo de acompañar al nemoroso guardián en su intento de frenar lo irremediable. Pero dos niños que viajaban enfrente iniciaron un coro alborozado de gracietas, palmas y jaleo festejando la escena. A todo esto, el bravo y encastado animal ya había agarrado una robusta hembra y procedía no digo que a conocerla bíblicamente porque, a fuer de irracional, le están vedados los deleites de la sagrada sabiduría, pero sí a darle un fogoso repaso que de cierto no olvidaría. El bueno de D. Marcelino, antaño nada complaciente con semejantes celebraciones, amonestó afablemente a los infantes, haciéndoles ver que se trataba solo de los designios de la naturaleza, que bien está, y no hay culpabilidad en ello, pero que sobraba tanto jolgorio y morisquetas, que estos asuntos debían vivirse con comedimiento, pues ya dijo el sabio Zenón que toda pasión es contraria a la recta razón y a la Naturaleza.

           Con tan prudentes y templadas palabras, fueron aquietándose los ánimos y don Marcelino pudo bajarse en su destino. Al rato, lo encontramos devotamente reclinado en la iglesia del Monasterio, con los ojos fijos en su devocionario abierto por el Memento, homo. De pronto, brotaron miríficas, resplandecientes las notas del imponente himno O Dei Verbum, que el Beato compusiera en alabanza del Apóstol. D. Marcelino levantó la mirada hacia la hermosa cúpula decorada con sugerentes guirnaldas y amorcillos. ¿Cómo describir el abrupto estremecimiento que lo asaltó? Oleadas de imágenes del revuelo matutino lo invadieron, turbándole en extremo, suscitándole la ensoñación de que los angelotes del techo le susurraban una impúdica cantinela:


                                                           Marcelino, Marcelino,

                                                           no te olvides de que eres hombre

                                                           y tienes un buen pepino



                 Tomado por la vergüenza y contrito, un ardimiento involuntario recorrió su cuerpo espabilando sus regiones pudendas, y con infinito arrepentimiento, a él que militaba en el ejército de Cristo, sintió que se le amorcillaba el soldado poniéndose firme de un respingo.

             Salió despavorido como alma que tienta el diablo, a refugiarse en la Cueva Santa, cercana al Monasterio. Lacerado por la vergüenza y la fiebre, apenas podía discernir lo que estaba experimentando o soñando, pero lo cierto es que en lo más íntimo de la gruta dio rienda suelta al desahogo de su cuerpo, y es dable pensar que el prodigio de un tocamiento allí floreció y quedó sepultado.

              Las tinieblas y el misterio envuelven los siguientes días a este suceso. Ni siquiera D. Marcelino acertaba a esclarecerlo. Poco o nada sabemos. Lo reencontramos, pasada una semana, de vuelta en Santander notablemente transfigurado. La imaginación popular desató toda clase de invenciones y fantasías sobre su vida y costumbres por aquel entonces: visitas a mancebías, frecuentación de tugurios, insomnes tertulias con poetas picantes y pornográficos, tímidos ensayos de vida pastoril, hasta el infamante bulo de un episodio de priapismo indomeñable... En fin, “bohemias”, como afirmó una vecina tiempo más tarde.

             Sea como fuere, la bruma de tanta búsqueda y desvarío se disipó un mes de mayo que, de la mano del viento, pasó a lo que algunos llaman la última infancia. Su íntimo amigo y mentor, Alejandro Pidal, fundador de la Unión Católica, batió la vivienda hallando numerosos cuadernillos y legajos con composiciones bucólicas de contenido erótico-festivo. Indignado por el hallazgo, ordenó quemarlos, aventurando que, sin duda, todos estos papeles obedecían al excesivo trato que su buen amigo había tenido en sus estudios con la heterodoxia y el libertinaje.

           Más un último encuentro reavivó su esperanza en la salvación espiritual del compañero y amigo: un pergamino con el “Miserere” del rey David, y una esquela pequeñita, en uno de cuyos ángulos podía leerse: Dejé mi cuidado entre las azucenas olvidado. Se humedecieron los ojos del prohombre Pidal que, conmovido, evocó con voz trémula al padre Homero:

                                           “Como las generaciones de las hojas, así los hombres”


                                                                                                            LUIS CARLOS YEPES

2 comentarios:

  1. Inolvidable y deliciosa semblanza del insigne polígrafo santanderino que dice mucho más de lo que retoza y sabe mucho más de lo que calla (la semblanza, no don Marcelino). De verdad, Yepes, que deberías reunir tus fogonazos dispersos por larívoli y montar una antología de momentos estelares del pensamiento occidental, Nietzsche, Cantor, don Marcelino. .., porque aunque cada uno de ellos responde a una emoción diversa, como colección mantienen una coherencia envidiable.

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  2. Qué divertido y elocuente retazo biográfico de don Marcelino, heterodoxo y genial (ambos: el retazo y su protagonista). Feliz reencuentro, admirado Yepes, con tu prosa rica, fluida y chispeante. Ya solo falta, para cerrar el círculo, una entrega de Estrella (Bright Star) y un encuentro para brindar por La Rivoli. Recibe, entre tanto, un fraternal abrazo.

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                                                              RICARDO      ...