viernes, 8 de marzo de 2024

 

                                                            RICARDO


          Había caminado como tres kilómetros con la guitarra a cuestas y no encontraba el camino de vuelta al hotel. Desde que se dedicaba al negocio de la música, a Ricardo (Richi como nombre artístico) le habían sucedido multitud de vicisitudes que le encallecían y le volvían más avispado. Por eso, cuando tenía algún bolo* en fincas perdidas en el campo, procuraba coger alojamientos que no pillaran muy lejos, pero esta vez la jugada no le acompañaba: el pueblo se encontraba a cierta distancia del lugar de la actuación y, como era un senderista avezado, decidió prescindir de cualquier vehículo que le ayudara en el regreso. Pero ya las vueltas y revueltas eran sospechosas, hasta que llegó a la conclusión de que se había perdido. Intentó llamar al hotel pero se dio cuenta de que el móvil no tenía cobertura, así, puesto que la noche era cálida, se decidió a prepararse un vivac con las pocas cosas que tenía en la mochila. Sacó el machete que siempre llevaba consigo y cortó algunas ramas para hacerse una cubierta provisional asentando el suelo de manera que estuviera lo más confortable posible. No tenía miedo, no era la primera vez que le ocurría una experiencia similar, con lo que colocó la guitarra a su lado a modo de compañía y se abrigó con el chaquetón de cuero que le servía tanto para los eventos artísticos como para las inclemencias del tiempo. Pronto se quedó dormido de manera plácida. Soñó que un osezno se le acercaba y se hacía su amigo, jugaban pero cuando la madre aparecía de forma amenazadora, Ricardo se despertó un tanto sobresaltado. Faltaba poco para que amaneciera, por lo que con la claridad del día seguro que encontraría el hotel.

           Mientras caminaba recordó el concierto de los Rolling Stones en La Habana durante el 2016. Había ido con los de su grupo y bailaron y disfrutaron de lo lindo mientras Mick Jagger hablaba, entre canción y canción, en un español espantoso haciendo gala de baile adolescente con los 73 años que tenía. Ricardo se acordaba de aquella experiencia porque en el transcurso de la noche conoció a una muchacha que le hizo plantearse su masculinidad, una vez más. La chica se le acercó de improviso y quiso que la subiera sobre los hombros para agitar los brazos por encima del gentío. El joven se negó diciendo que no cargaba peso por su delicada espalda y aquélla, sin mediar palabra, le estampó un beso en la boca. Ricardo se dio cuenta de que estaba borracha y pensó que lo mejor sería llevarla a un puesto de seguridad para que la atendieran debidamente, a lo que la mujer se negó y empezó a increparle. Ante la situación, él decidió alejarse y volver con sus amigos que ya se estaban preguntando qué ocurría. Pero lo que Ricardo se preguntaba era si había obrado correctamente, si debía haber insistido en llevar a la joven a algún lugar donde se ocupasen de ella y si había sido suficientemente respetuoso o, por el contrario, demasiado paternalista que era de lo que le acusaban muchas de las mujeres que se cruzaron en su vida. No tenía novia porque la última que tuvo le abandonó por un estudiante de Ingeniería, el cual gozaría de mejor futuro que un rascatripas de guitarra que iba a salto de mata entre ejercicio musical y ensayos matutinos. Con estos pensamientos llegó al hotel.

         Se hallaba cansado a pesar del vivac improvisado que se había construido, por lo que pidió el desayuno y se echó a dormir en una cama grande y mullida que le tenían preparada. En esta ocasión soñó que navegaba en una barca y los que le acompañaban se lanzaron al agua a pesar de lo profundo del embalse. Ricardo se quejó de no llevar chaleco salvavidas negándose a nadar como sus compañeros. En ese momento, contempló toda la profundidad desde debajo del pantano y observó la grandiosidad del mismo sintiendo un miedo paralizador. Con sudor y agitación se despertó.

       Cuando tocaba, el joven sentía un temblor eléctrico mientras el sentimiento de libertad le invadía. Apreciaba así su trabajo como un escape de todos los sinsabores que había contraído en su vida. Su padre falleció cuando él tenía cinco años y su madre, bastante demediada, recibía la pensión de viudedad y la ayuda de una muchacha que le proporcionaba el Ministerio de Inclusión y Seguridad Social por cuestión de dependencia. Ricardo se ocupaba de ella todo lo que podía. Excepto cuando tenía actuaciones y ensayos, se quedaba en casa alegrando su existencia con pantomimas y canciones que él mismo inventaba entonando emotiva y cálidamente. Su relación con las mujeres, por tanto, estaba muy condicionada por la madre. Aún le dolía el recuerdo de Greta.

        Se conocieron a través de un anuncio en Internet en el que buscaban una voz femenina para el conjunto y, enseguida, congeniaron. Hermanaban sus gustos por la música mientras iban ahondando en los mutuos sentimientos. Ricardo aún echaba de menos la valentía con la que Greta afrontaba su trabajo. Ocurrió, sin ir más lejos, en una actuación como orquesta y en un pueblo de la Castilla profunda. Ella cantaba con una falda estrecha y corta, pero cuando se agachó para dejar el micrófono en el escenario un lugareño le gritó:

_¡Chica, que se te ven las bragas!

Y otro siguió:

-¡Si quieres cuando acabes te hacemos una follá!

La joven, que no había terminado de incorporarse, volvió a coger el micro y profirió:

-¡Te voy a decir yo a a quién te vas a follar! ¡Mira chaval, tengo muy mala hostia y cuando actúo me gusta que me dejen en paz! ¡Así que córtate, no vaya a ir al cuartel de la Guardia Civil y te ponga una denuncia!

       Ricardo se quedó petrificado y no supo reaccionar a ese encaramiento de la chica. La fiesta acabó como el rosario de la aurora debido al tumulto que organizaron los mozos de la peña, con lo que el grupo tuvo que salir deprisa, recogiendo los bártulos apresuradamente y sin cobrar un euro por el evento.

       Pero la quería, la admiraba y la quería por su autodeterminación, por su independencia, por sus convicciones y por sus ojos lánguidos que le volvían loco. Se quedaron a descansar en la furgoneta donde llevaban todo el equipo de sonido. Recostados, sentía la caricia de su cabello cortado a lo garçon y el olor a lavanda que le embriagaba; se encontraba feliz y emocionado por poder estar tumbado junto a ella, le recorría una alegría que le renovaba sus ganas de vivir, era como si un gozo inusitado le subiera y le bajara por sus entrañas, su pecho, su garganta. En esta situación, se quedó dormido.

       Sumido en el sueño se vio en una playa nocturna con la cabeza en el regazo de Greta. Ambos estaban desnudos. Las olas iban y venían en un vaivén rítmico que les mojaba los pies y la sensación de placer inundaba todo el espacio que podían alcanzar con la mirada. Ricardo y Greta hicieron el amor envueltos por la espuma del mar mientras la luna iluminaba la tersura de sus cuerpos. No queriendo despertar, el joven sintió un sobresalto ocasionado por las voces de sus compañeros que les arengaban para retomar el camino de vuelta a casa. Aturdido y sin saber muy bien dónde se encontraba, Ricardo empuñó la guitarra en tono amenazador.

-¡Vamos, Richi, que se nos hace tarde para llegar al partido!

        Cuando reaccionó, la chica ya estaba despabilada dispuesta a partir. Fue la que le recordó que por la tarde jugaba el Madrid y habían quedado con otros amigos en la plaza principal de su ciudad para ver el espectáculo. Regresaron con una mezcla de frustración por el desenlace que había tenido el bolo de aquella noche pero, a la vez, con alivio porque el asunto no había ido a más.

        Y así, transcurrió el tiempo. Ricardo enamorado perdidamente de Greta y ella queriéndole como un amigo entrañable. Hasta que llegó lo inevitable. Un buen día la joven manifestó que deseaba vislumbrar otros horizontes, otros espacios y, sin esperar consejos ni recomendaciones, se marchó a Holanda a recoger tulipanes amparada por una comunidad de mujeres que practicaba una suerte de ritos espirituales mezclado con yoga kundalini.

      En todo esto iba pensando mientras salía del hotel y se encaminaba para ver a su madre. La mujer andaba algo maltrecha por los dolores de la fibromialgia y Richi, sumamente afectado, percibía el sufrimiento de su progenitora con la angustia de no poder hacer nada para aliviarla. ¿Qué clase de hombre sería si no empatizase con el tormento que la producía la enfermedad?¿Cómo no sentir pena por la tortura que su hacedora vivía cada día como una condena?

      Ricardo besó a su madre en la frente, la dio de comer y le puso la televisión para que se distrajera un poco. Musitó el nombre de Greta entre los dientes mientras guardaba la guitarra en el armario de su habitación, olfateó un ramito de lavanda que llevaba escondido en el bolsillo de su camisa y, agotado por los avatares de la jornada, se tumbó en la cama y se quedó dormido.


*bolo: En argot artístico. Función que se realiza fuera de la temporada estándar de actuaciones que un músico, orquesta o compañía teatral tienen contratadas.


                                                        8 DE MARZO DE 2024

                                      ESTRELLA DEL MAR CARRILLO BLANCO

                                                              RICARDO      ...