lunes, 15 de agosto de 2022

 

                                                                  PETRA



La menstruación de las mujeres es un atraso. Así pensaba Petra, mientras se comía un helado Magnum sentada en el chiringuito frente al mar.


La gente deambulaba de orilla a orilla en aquella playa nudista donde los cuerpos se confundían como masa de carne sin procesar y Petra, cansada del espectáculo, imaginaba un mundo donde las mujeres no tuvieran sexo, ni identidad de género, ni condición de femineidad.


Hacía dos años que le habían diagnosticado un cáncer y, desde entonces, había llevado el tratamiento con severa disciplina. Ni siquiera cuando le practicaron la mastectomía había sentido miedo, jurándose con estoica decisión que luciría su cicatriz a la mínima ocasión que tuviera. Después, las sesiones de quimioterapia coadyuvante le provocaban fatiga y decaimiento, pero Petra optaba por liarse lentamente un porro y fumarlo a pequeñas bocanadas.


Ahora, contemplando el ir y venir de las olas, se había despojado del pañuelo que cubría su cabeza dejando al descubierto la plenitud de su calvicie, sintiéndose por fin libre, descargada de la responsabilidad de hacerse cargo de su propia enfermedad. Lo mismo le había ocurrido cuando, siendo aún adolescente, había decidido no ser madre, ni tampoco esposa. La vida de Petra Ramos era propiedad suya y la viviría como ella quisiera.


Había tenido amantes, algún amigo, pero nunca un compañero. Los hombres, en general, habían sido una decepción no pudiendo recordar, ni en los momentos más salvajes de sus relaciones, la experiencia de hermanamiento propia de una pareja. Así, Petra se sumergió en los avatares de su carrera primero y, después, de su profesión.


En su condición de abogada, lidiaba continuamente con casos de maltrato y de violencia que la hacían profundizar cada día en sus convicciones feministas. Con todo, no dejaba de tener una opinión pesimista sobre el género humano, lo que la mantenía a cierta distancia de cualquier encariñamiento fácil con el prójimo. Cuando por las noches acariciaba su soledad, imaginaba un mundo ausente de emociones, en el que las personas se comunicasen sólo a través de frías pautas sociales. Donde no hubiera hombres ni mujeres, quedando todo reducido a gilipollas tal y como decía Mark Renton en “Trainspotting”.


Lo recordaba con gran nitidez. Las películas que veía y los libros que leía quedaban grabados en su memoria para después recurrir a lo más significativo en sus conversaciones. Lo hacía continuamente y eso provocaba en los demás una sensación excesiva de pedantería. Por eso, había decidido no tener acompañante si la ocasión no lo requería, lo que le había llevado a comprobar que las ciudades no están hechas para mujeres solas. Así como en los bares es frecuente observar a hombres solos con el periódico o el móvil, resulta más difícil contemplar a mujeres en la misma situación. Y si sucede, siempre aparecerá un pesado que intentará romper el clima de independencia.


Pero no. Ahora se encontraba a gusto contemplando los cuerpos desnudos y sintiendo la brisa del mar en aquella playa de Almería. Hacía días que no sentía náuseas y podía comer con más libertad los alimentos que hasta entonces le resultaban aversivos. Por eso había elegido ese chiringuito para pasar la mañana, por la riqueza de sus menús y la tranquilidad de su ambiente.


Durante esos momentos matutinos, acostumbraba a ver a un señor con cierta morbidez en su peso que cargaba dos enormes bolsas y caminaba por la orilla de forma errática. Parecía extranjero y también estaba solo. Petra se preguntaba por las razones que habrían llevado a ese hombre a desplazarse tan lejos y pasear de manera tan extraña. Le resultaban tiernos la palidez de su cuerpo y el enrojecimiento que había adquirido por la exposición al sol. Jamás se pondría moreno, jamás alcanzaría esa morenez propia de pieles atezadas y acostumbradas a los rayos más abrasadores. Sintió pena. Por un instante quiso abrazarlo y besarlo, compartir con él la muda soledad, la caricia en su cicatriz de alguien que hubiese sufrido el implacable discurrir de un tiempo agónico, que se hubiese desangrado por la ausencia de una mano amiga. Petra se estremeció. Por un instante, pero sólo por un instante, tuvo ganas de llorar y por un instante, pero sólo por un instante, sintió que era un poco más humana.



ESTRELLA DEL MAR CARRILLO BLANCO

15 DE AGOSTO DE 2022

                                                              RICARDO      ...