domingo, 10 de enero de 2010

Museos




Un mal entendimiento de la pedagogía viene produciendo un desmedido afán de colectivizar determinadas áreas y saberes que parecían pertenecientes al ámbito privado e individual. Dejando al margen la aberración de trasladar desde las iglesias a las aulas lo que nunca ha sido ni será una disciplina intelectual; en sentido inverso, se pretende llevar las aulas a otros espacios en los que la recepción de conocimientos y emociones queda perturbada debido a la sustitución del individuo por el colectivo. Así, los museos, como los teatros, se llenan de grupos de escolares o de componentes de las más variopintas asociaciones que perciben la obra de arte desde una perspectiva casi gremial, los unos porque deben tomar nota de lo que explican guías o maestros, los otros porque si son vegetarianos solo aprecian los bodegones con berza. Aceptando que el saber asimilado en las aulas o en los libros pueda propiciar una visión mas enriquecedora de la obra de arte, el encuentro entre esta y el espectador debería ser íntimo y unívoco, como una cita clandestina en el Museo del Prado con Verónica Franco o con alguna de las madres virginales de un pintor pacense. Al recuperar su carácter individual, quien contempla un cuadro se convierte en el libre administrador no solo de su tiempo, sino de los saberes adquiridos que le sirven de pauta para la reflexión y el diálogo que es monólogo consigo mismo y con las propias sensaciones. Habría que prohibir la entrada de colegiales a los museos, especialmente si van acompañados de sus profesores, sin duda si son profesores de Historia del Arte.


Todos resultarán beneficiados. Si alguna consideración se tiene hacia la infancia y el mocerío, habría que preservarlos del tedioso deambular durante horas por salas pobladas de cadáveres no siempre exquisitos. En los tanatorios del arte solo deberían velar adultos solitarios. En todo caso, si hay que acudir siendo joven a un museo es para sentir la alegría de salir. ¡Qué alegría salir de los museos, y más si en otoño la mañana es de domingo y luminosa!


"¡Qué hermosura de realidad! ¡La vida, al salir de un museo!... No luce oro la hoja seca, canta oro, y canta rojo y cobre y amarillo; una cantada aguda y sorda, aguda con arrebato de mayor sensualidad. ¡Mujer de otoño! ¡Árbol!, ¡Hombre! ¡Cómo clamáis el gozo de vivir, el azul que se alza con el primer frío!

Juan Ramón Jiménez, Espacio.


No hay salida. Para dar una visión alternativa de la historia del arte que no refleje planteamientos fosilizados, oleadas de dinámicos y cosmopolitas directores de museo anuncian la salvación con una retórica esclarecedora: el museo deja de ser el lugar que produce los significados para constituirse en el lugar donde los significados se producen con las narrativas mas transgresoras articuladas con criterios conceptuales que se apartan de la cronología lineal dibujando nuevas cartografías superposiciones de narraciones diálogo entre géneros no podría entenderse el cubismo sin el arte africano o el cine el público se verá necesariamente transformado por una propuesta en la que el papel del visitante se tornará en mas proactivo y crítico.


2 comentarios:

  1. El arte está mejor en Versalles y en los palacios de la aristocracia y no al alcance de la chusma y de la purriela que nunca sabe apreciarlo. Menos mal que les queda el Domingo soleado, al menos de momento.
    Pablo Plebe.

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  2. Sólo a una mente preclara se la habría ocurrido que debiera prohibirse a los colegiales deambular por "los tanatorios del arte". El arte muere en el museo, cuando está al alcance de todos; sólo vive verdaderamente en los salones de las Koplovich. Y jamás deben acercarse los chavales a un teatro para ver una obra clásica. ¡Qué aberración! ¿Acaso no se han hecho los musicales para ellos? Los chicos, qué duda cabe, deben aspirar a ser borriquitos con chandal y, como mucho, han de entretenerse con las aberraciones de Walt Disney o con los documentales de la tele sobre vulcanología. La culpa de tanto desvarío es de Cleo, de Teté, de Mariví, de Peluquín, de Colitas y de Cuquín. Ahí empezó todo. Antes, cuando yo era chico, la pedagogía sí que era buena.
    Rafael Sánchez Ferlosio

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