domingo, 18 de abril de 2010

Diapositivas

Cuando era más joven dedicaba las vacaciones a viajar de mochilero por el estrecho mundo. Llevaba una cámara de fotos e hice varias miles de diapositivas de los lugares por los que fui. Curiosamente nunca tuve proyector.

Ahora, años después, me he encontrado dos cajas llenas de diapositivas que hacía tiempo guardé para nunca más sacar, aunque me he propuesto volverlas a la vida. He comprado un escáner de diapositivas y paciente me he dedicado a la tarea.

No todos los tiempos pasados fueron mejores, al menos para los encuadres: ¿cómo pude hacer esas fotos tan anodinas, cómo esos contraluces? Eso ya no lo puedo cambiar pero ¿por qué me tomo la molestia de escanearlas si la mayoría no merecen la pena? Supongo que porque alguna vez las quise, como Neruda.

La naturaleza está bien dotada. En la vejez llega un momento que sólo nos apetece dormir y que pasen los días sin pena ni gloria. Luego estamos ya cansados de la rutina y de los pequeños o grandes inconvenientes de la edad y de la situación, y entonces ya nos da igual y nos vamos en quince días. Todo esto ocurre después de abrir un armario y encontrarnos una caja de galletas llena de fotos antiguas, de paisajes y personas que ya no están y que pensamos que nos esperan al otro lado. Y a lo peor ni tan siquiera nunca tuvimos cámara.

(Del Dietario de Lugar Fundamental)

miércoles, 14 de abril de 2010

La mano del Diablo.



Hollywood siempre supo explotar con habilidad el mito del combate desigual y épico entre un honesto pobre diablo y un stablishment omnipotente y corrupto. Si el pobre diablo es negro y además y por ventura, presidente de los Estados Unidos, la performance se convierte en algo literalmente sensacional e incluso, si ustedes me lo permiten, enternecedor. A la banca no le gusta Obama y a los votantes no le gustan ya ni la banca ni Obama. Los votantes pierden su empleo, Obama pierde elecciones y la banca siempre gana. Algo habrá que hacer, aunque sea desde la concavidad del proscenio y a la luz de las candilejas.

Pero no parece posible a estas alturas atar corto a las todopoderosas taifas financieras ni queriendo. Jamás dejaremos de ser rehenes de unos bancos demasiado grandes para someterse.

Repasar la atribulada historia de la banca en Norteamérica es asistir a un copioso capítulo de la Historia Universal de la infamia. Atomizado, caótico, y siempre aquejado de inestabilidad crónica, el sistema financiero de aquel país ha dejado durante siglos un reguero interminable de pánicos, quiebras y bancarrotas. Estos desastres se han venido sucediendo casi sin interrupción y con una frecuencia que hoy nos parecería asombrosa, desde finales del siglo XVIII. Y sin embargo, aquí estamos. Tragedias microeconómicas aparte, la extinción de las entidades fracasadas proporcionaba nuevo alimento para las eficientes y para las nuevas, propiciando el mecanismo de la pudrición creativa tan caro a la ideología liberal. Ahora bien, no cabe duda de que en este proceso el pagano de última instancia era siempre el arruinado depositante. Era inevitable que más pronto o más tarde el Estado tomara cartas en el asunto estableciendo unas mínimas y balbucientes regulaciones en forma de garantías, colaterales y reservas. ¿Qué son las reservas? Las reservas son una porción de los depósitos indisponible. Decirle a un banquero que no puede mover el dinero es como regalarle una piruleta a un niño y prohibirle que se la coma. Algunos bancos empezaron a asociarse a hurtadillas para ir a pachas en el coeficiente de caja. Traspasaban el mismo oro de una entidad a otra según el inspector del Estado iba haciendo su ronda. Se dice que en alguna ocasión el arcón con el oro contenía una fina capa de monedas sobre una espesa cama de clavos y tachuelas. Yes, we can.

Como es lógico, la cosa solía acabar mal y todo volvía a comenzar con los impositores arruinados, algún disparo en la sien y las firmas inviables despedazadas y deglutidas por las supervivientes. ¿Está hoy la banca norteamericana más intervenida que entonces? Quizá no, pero seguro que es mucho más grande. De hecho hemos creado el cártel más poderoso del mundo, un Leviathan con depositantes en prenda, mercados esclavos y autoridades cautivas. Puede ser la mano de Dios o la mano del Diablo. Su poder es el de apuntalar o tumbar bolsas, sectores y países ad libitum y conveniencia de parte. Su coartada, la supervivencia del sistema financiero. Como si fuera inconcebible un sistema financiero sin Citigroup o Bank of America, una FED sin Bernanke o un Ibex sin Terra. El tan desafortunado “No habrá otro Lehman Brothers” quizá fue el punto de no retorno, la última oportunidad del Estado para poner pie en pared, garantizar los depósitos, liquidar los activos y depurar responsabilidades.

Mientras la clase media es víctima de un darwinismo implacable y despiadado, James Stewart Obama pronuncia patéticas monsergas que contribuyen a poner de manifiesto su propia impotencia y la insostenible obscenidad y asimetría de la patraña neoliberal. Con la que está cayendo de nuevo, a ver quién le tose ahora a Wall Street.
La vida es linda, pibe.

                                                              RICARDO      ...