lunes, 24 de octubre de 2022

 

                                                                     NELLY



A Nelly no le gustaban los aviones...

Cuando se decidió a marchar a España en un vuelo con escala en Lisboa, fue descubierta por las autoridades del aeropuerto sobre la ilegalidad de su visado y, en consecuencia, fue devuelta a su tierra de origen: Paraguay. ¡Malditos portugueses!, repetía Nelly mientras sufría las turbulencias en su regreso. Pero una vez recuperada del susto y haciendo acopio de cierta cantidad de dinero, volvió por sus andadas y cogió otro avión para la madre patria. Una vez allí, se instaló con su marido en un angosto y desaliñado piso de la calle Bravo Murillo, donde la comunidad de paraguayos se ayudaba mutuamente y conseguían mantener, no sin esfuerzo, ciertas señas de identidad.

Con todo, ella no se arredraba ante nada y consiguió enseguida trabajo como limpiadora de una casa en el centro de la capital. Nelly se esforzaba por hacer su tarea con esmero y cuidado, pero la señora era demasiado exigente y exquisita como para apreciar la labor que su joven asistenta realizaba. Pronto se marchó de allí y, poco a poco, consiguió hilar una serie de ocupaciones en distintas casas de la Comunidad de Madrid. Lo que más esfuerzo le supuso fue trabajar en un hotel en el que tenía que arreglar veinte habitaciones por hora, sin saber cuándo acabaría, debiendo estar disponible en cualquier momento de la jornada.


Ella luchaba por traerse a sus dos hijos de Asunción, cuidados ambos por su madre y educados en el más profundo guaraní. Cómo le gustaría que hiciesen sus estudios en España, con la importancia que tienen los títulos que aquí se obtienen, válidos en el mundo entero. Nelly soñaba con que, con un poco de suerte, su hija Enilda pudiese ser maestra, y ojalá su hijo Carlitos llegase a ser médico. Con ello estaba cuando su marido abrió la puerta de la casa y se venció ebrio en el ajado sofá del salón. No era la primera vez que su hombre aparecía así, tambaleándose de un lado a otro y vociferando blasfemias mientras empujaba todo lo que encontraba a su paso. En esos momentos, Nelly quería huir, salir corriendo, no sabía cómo afrontar la situación. Porque, en algunas ocasiones, él la había pegado.


Todavía sufría cuando recordaba el engaño al que la había sometido mientras ella permanecía en Paraguay, él con otra mujer, como si fuese su esposa, como si hubiese olvidado que tenía la auténtica en lejanas tierras. A Nelly se le encogía el corazón pensando en estas cosas y viendo a su marido desvencijado y hablando con lengua de trapo. Porque, por encima de todo, le quería y no podía abandonarle. Las amigas le habían aconsejado una abogada que lidiaba con los malos tratos y ella le había hecho una visita sólo para disipar algunas dudas acerca de la custodia de los hijos. Pero Nelly se debatía entre el tormento que la ocasionaba aquella realidad y la lealtad que guardaba por su hombre, los votos que habían jurado cuando se casaron, las cálidas noches en las que él la amaba y aseguraba que no habría otra mujer en su vida.


Porque Nelly era hermosa. Sus rasgos étnicos arrancaban murmullos entre las féminas más envidiosas y hasta el señorito de la ciudad residencial la apodaba “la bella indígena”. Porque a pesar de su pelo recogido en la nuca, a pesar de sus cejas casi inexistentes, a pesar de sus uniformes de criada agrandados para tener movilidad, ella era hermosa. Pero no era engreída ni estaba para perifollos. Creía que la mujer debe vivir para su familia y estar bella sólo para el marido. Esas eran sus creencias así como una religiosidad primaria que le hacía ser devota de su virgencita de la Asunción y de su amado niño Jesús. Así vivía, exhibiendo su inocencia sin ninguna maldad.


Sin embargo, Nelly tenía un secreto que ocultaba celosamente. Cuando aún estaba con su madre en Paraguay, y aún no tenían los hijos, apareció él cargado de regalos de la lejana España. Anduvo unos días pavoneándose de lo bien que le iba en el extranjero, y amó a Nelly ardientemente en las noches calurosas de Asunción, sabiendo que dejaría su huella. Tras su marcha, ella percibió una leve sospecha que, efectivamente, se manifestaría seis semanas más tarde. Nelly estaba embarazada aunque, de momento, quería que fuese una grata sorpresa y no diría nada. Todo marchaba bien y su madre la cuidaba amorosamente. Hasta que una mañana en la que estaba sola, sentada en el porche, Nelly sintió una punzada en el vientre. Los dolores fueron aumentando y, de repente, la sangre empezó a manar empapando la falda que le tapaba las rodillas. No pudo remediarlo, algo se le salía de las entrañas. Llamó, gritó pero nadie acudía a auxiliarla. Y sin querer, se encontró entre las manos con algo parecido a un muñeco, una masa de carne a medio hacer. Todo sucedió muy deprisa: un vecino, que escuchó su sufrimiento, corrió a socorrerla rápidamente llevándola al Hospital Central Samaritano. Allí, la sometieron a una intervención médica para vaciar el útero de todo resto fetal. Nelly, en estado de shock, lo vivió  sumida en una inmensa congoja. Pero no diría nada. Jamás sabría su hombre de esa pérdida, de semejante vergüenza contraria a la ley de Dios. Algún pecado imperdonable debía haber cometido para aquel desenlace. Sus labios, hermosos y tímidos, quedarían sellados para siempre.




                                                  ESTRELLA DEL MAR CARRILLO BLANCO


                                                                      24 de Octubre de 2022

                                                              RICARDO      ...