sábado, 6 de noviembre de 2010

Genialidad, anticipación y friquismo en economía. Vauban (y II)

A fin de cuentas, Vauban era ante todo un hábil tecnócrata capaz de tocar con soltura muchos palillos: ingeniería, milicia, agronomía, estrategia, cartografía, estadística, economía, urbanismo... Y su franqueza, como suele ocurrir, fue muy apreciada en la Corte hasta el preciso momento en que se atrevió a decir en voz alta lo que allí nadie quería escuchar. Mientras el siglo corría a su fin y se agrandaba la brecha entre la Francia Real  y la Francia real, más se distanciaba Vauban de una política que había olvidado "la verdadera grandeza de la patria: el bien público". Su fidelidad al Capeto empezó a tambalearse, una peligrosa deriva que se abre paso en su obra con recato y cautela exquisitas, cualidades de una mente práctica que nunca perdió de vista un principio básico: para poder pensar es necesario que la cabeza permanezca unida al resto del cuerpo.

La espantosa hambruna de 1693, que se llevó por delante dos millones de vidas, le empuja a denunciar las vejaciones y rapacerías infinitas que sufren las gentes oprimidas por el hambre y los malos impuestos y a presentar una reforma global capaz de responder al problema de la miseria. El Proyecto de capitación propone la creación de un único impuesto sobre los ingresos con independencia de su naturaleza o de su origen. Una vez más, ese noble hábito de ir por la vida de cara y por derecho permitió que los llamados a torearle se lucieran con trincherazos y naturales de antología. La idea fue bien acogida por la Corte que se apresuró a ponerla en práctica con algún lacónico ajuste que, eso sí, pervertía hasta la médula su verdadero propósito. En teoría, todo individuo sin excepción, desde un príncipe a un jornalero, quedaba sujeto al pago de entre una y dos mil libras, en función de su fortuna. En la práctica, de 200 libras en adelante no quedó excluido nadie, excepto todo el mundo. No es extraño que a Vauban se le cayeran todos los palos del sombrajo viendo su reforma prostituida y su nombre asociado a una odiosa carga más que añadir a la arbitrariedad, la confusión y la iniquidad de las ya existentes.

Pues a por todas. En 1700 vuelve a la carga con el Proyecto de un diezmo real. Ha puesto toda la carne en el asador, sin ambigüedades ni melindres. Denuncia de forma implacable la corrupción y la ineficiencia del sistema, el latrocinio de la talla y de la gabela, de los portazgos,de las décimas del clero, de la imposición sobre la sal, la persecución de las actividades productivas, la cínica dispensa para los órdenes privilegiados y propone, una vez más, un impuesto único y progresivo sobre los beneficios sin excepción alguna, incluido el rey. Dinamita pura, debía barruntarse un Vauban que ya no se hacía ilusiones, visto que lo mantuvo en la recámara siete largos años, lo saco o no lo saco. En 1707, ya retirado con todos los honores y calculando que el brillo de su carrera y su reconocimiento público conjurarían todo peligro, dio el libro a la imprenta. Calculó mal. La publicación no hizo feliz a Luis XIV que ordenó la prohibición y la quema de la obra. Su autor mereció la reprobación y la condena pública y sólo su posición y su fama le libró de dar con sus huesos, su reuma y sus papeles en la Bastilla. Enfermo, pobre y olvidado pasó sus últimos días recluído en su casa de la Rue Saint Vincent. Murió de asco el 30 de Marzo de 1707.

N.B. El Proyecto de un diezmo real fue impreso libremente en Amsterdam, Bruselas y Luxemburgo y distribuido clandestinamente en Francia donde la prohibición estimuló la curiosidad del público y la popularidad de la obra. En 1710 se publicó la primera traducción inglesa. Francia estableció por vez primera la imposición directa y progresiva sobre el beneficio en 1789. Le siguieron Inglaterra, en 1810 y Estados Unidos, en 1860. España no tuvo un esbozo de impuesto sobre la renta hasta 1943. Marruecos, hasta 1989.

                                                              RICARDO      ...