lunes, 17 de abril de 2023

 

                                                                  CARMELA


Corría el año 1982 y Felipe González acababa de ganar las elecciones por una mayoría absoluta abrumadora. Este hecho a Carmela le daba igual porque lo que le preocupaba realmente era su hija con una semana escasa de vida y su padre, paralítico, que en esos momentos regurgitaba las sopas de pan con leche tomadas para el desayuno.

-¡Padre, levante la barbilla que le limpio y le quito el babero!.

La chica conducía las tareas con diligencia. Al fin y al cabo no le quedaba otra: desde que su novio el Tato la dijo que no quería saber nada del embarazo y su situación en la casa era de escasez, Carmela se había buscado la vida a lo largo de los nueve meses contando únicamente con la ayuda de tres amigos, dos compañeras del colegio y un antiguo colega que se dedicaba al trapicheo de hachis y lo que se le pusiera por delante.


Todavía recordaba la vez en que aquellos dos pijos universitarios se presentaron en su casa acompañados de una antigua conocida para pedirle que les vendiera algo de costo. El Rai, avezado en esas lides, les ofreció una mercancía buena pero en una cantidad irrisoria, lo que a Carmela le produjo algo de vergüenza y posteriormente le dijo a la comadre que sus amigos habían sido engañados. No transcendió el asunto, pero la chica se preguntaba qué habrían pensado aquellos niñatos del negocio que habían hecho: “-¡Pobres chavales! Tan modositos y puestos en limpio, con esa cara de no haber roto nunca un plato. ¿Qué esperaban sentir fumándose la poca mierda que les vendió el Rai? Seguramente ellos se dieron cuenta, pero se cortaron con decir nada por lo novatos que eran”.


Había dado el pecho a su hija y se disponía a salir para hacer la compra, cuando una vecina le comentó que iba a venir el del butano y que si se quedaba a cargo de la niña. Carmela asintió como había hecho otras veces, cuando la necesidad la obligaba a aceptar los favores de cualquiera que estuviera a su alcance. Así que se encaminó al mercado girando y dando revueltas por las casitas bajas de Vallecas, esas casitas que proporcionaban refugio a tantas familias de clase popular y que procuraban el acompañamiento y la solidaridad en los momentos de mayor privación. Cuando cruzó el bulevar, miró con curiosidad por si estaba por allí Luis Pastor, tal y como le había visto en otras ocasiones en un corro de incondicionales. Pero no, en ese instante la avenida estaba desierta y pensó que ella era más de Leño y de Burning, que no le interesaban los mensajes sociales de los cantautores y que bastante tenía con su realidad al desamparo de las circunstancias y con los reveses que te da la vida.


Al regresar, su hija estaba dormida y su padre, con la mano no impedida, colocaba piezas en un puzzle imaginario sobre la mesa del salón que también servía de dormitorio. Carmela se preguntó qué habría sucedido si hubiese seguido estudiando, si no se hubiese quedado embarazada y si a su padre no le hubiese dado un ictus. Porque todo podría haber sido muy distinto, incluso desde años atrás, cuando era pequeña y su madre falleció de cáncer. Tuvo que espabilar desde bien temprano, a pesar de que su progenitor hacía lo que podía y se esforzaba por que las cosas fuesen mejor. Con tesón y buen ánimo consiguió llegar a 1º de BUP, sintiéndose fascinada por su profesor de Lengua y Literatura que la obligó a leer en público una redacción de tema libre que Carmela tituló Observando mi calle. El maestro quiso constatar que había sido el mejor escrito de la clase, lo que a Dori, su amiga y compañera del alma, la llevó a divulgar a los cuatro vientos que ni el mismo Cervantes hubiera sido capaz de semejante composición. Pero no pudo ser: cuando su padre enfermó y se quedó hemipléjico, la chica se vio obligada a trabajar y, ni los consejos ni las buenas palabras de su amado profesor, fueron suficientes para hacerla desistir de que no abandonase los estudios. Así las cosas, el Rai acudió en su auxilio. Ayudó a Carmela a montar un pequeño puesto en las inmediaciones de El Rastro vendiendo objetos de artesanía que ella misma fabricaba. Con la exigua pensión de su padre y lo que sacaba del mercadillo iban tirando mientras el Rai, de vez en cuando, les hacía llegar algún alimento de capricho o algún utensilio que les hiciera falta. El Rai.


Desde hacía tiempo, Carmela sabía que estaba enamorado de ella y que no le podía corresponder porque sólo le veía como un gran amigo, el mejor. Pero él no desistía y, en las situaciones más difíciles, se hacía valer con su presencia por más que la muchacha ahuyentase todas sus esperanzas. Fue por esa época cuando apareció el Tato, con su planta achulada como sacada de una estampa para anuncio de colonias, con su facilidad para embaucar, con sus ojos verdes que evocaban la vieja copla. En cuanto le vio, Carmela se volvió loca. Y mira que Dori le advirtió que ese tipo no era de fiar, que no le habían hablado nada bien de él, que era un chaval al que le gustaba ir con unas y con otras, que era un Casanova (decía Dori enfatizando lo de Casanova tal y como había aprendido en una fotonovela por fascículos). De nada sirvieron todos los avisos y consejos, porque Carmela cayó rendida ante los pies del encantador, lo que a Rai le sumió en cierta depresión y anduvo algunos meses alejado de la pareja.


Cuando supo que estaba embarazada corrió a decírselo al novio, contenta, alegre, inundada de una confianza propia de una colegiala. Pero el Tato rechazó la paternidad aventurando incluso que el chiquillo podía ser del Rai. ¡Maldito miserable! Como si ella tuviese relación con todo aquel que se le acercase, como si fuese una chica facilona y con los cascos ligeros. Durante los meses de preñez, sólo tuvo náuseas un día en el que volvían de El Rastro y tuvieron que apresurarse porque empezó a llover. Al llegar a casa, Carmela se vio vomitando y con un gran malestar, lo que llevó a Rai a avisar a un médico. Éste les recomendó que la muchacha mantuviera algo de reposo y no hiciera grandes esfuerzos en lo que quedaba de embarazo. Así lo hizo: cuidaba de su padre y confeccionaba las figurillas que después su amigo dedicaba a la venta. Hasta que llegó el día del parto. Después de comer y sin darse cuenta empezó a soltar agua como si se orinase, lo que le ocasionó un miedo inusual. Todavía faltaban dos semanas según los cálculos del ginecólogo y pensó que algo iba mal. Llamó a la vecina y el marido de ésta se ofreció para llevarla al hospital. Carmela quiso que el Rai estuviera presente pidiendo que le avisaran. Ya en la planta de obstetricia, los especialistas determinaron que había que realizar una inducción porque la bolsa se había roto demasiado pronto y el bebé no podía estar sin el líquido amniótico. Fueron 12 largas horas durante las cuales se produjo la dilatación. Carmela sentía las contracciones uterinas cada vez con más frecuencia y a veces creía que se iba a desmayar. El Rai estaba ahí. Le habían preguntado si era el padre y al responder que no quisieron cerrarle el paso, pero su poder de persuasión pudo con los remilgos de las enfermeras. Ayudaba a su amiga a soplar y respirar cuando el dolor se hacía insoportable, y le cogía la mano libre del vial animándola a esforzarse. Hasta que por fin la pasaron a la sala de alumbramientos. Tras la episiotomia, la matrona indicó a Carmela que tomase aire y empujase. Fue rápido. De repente ella notó que algo empezaba a salir de su interior, siendo azuzada por la mujer que la indicaba que ahora no dejase de empujar porque el bebé se podía axfisiar. Y de repente escuchó un cachete y un ¡Ya está! Has tenido una niña preciosa. ¿Tiene todos los dedos?, preguntó ella extenuada. ¡Todos! Está perfecta.


El Rai no cabía en sí de gozo. Cuando le dejaron pasar a la habitación donde reposaba su amiga con la lactante, se puso a hablar de los planes que harían a partir de ese momento. Lo afortunada que era esa criatura por haber nacido en esa época. Empezó a narrar las promesas que habían hecho los socialistas en su campaña. POR EL CAMBIO, decía la propaganda que habían utilizado para la tarea electoral. Felipe González había asegurado 800.000 puestos de trabajo en los próximos cuatro años, una renovación de la Seguridad Social y una Ley Básica de Empleo. Los tiempos de la dictadura y la transición estaban quedando atrás. Había que confiar en el futuro, ya nada volvería a ser como antes. Se rumoreaba incluso que a los que vivían en casitas bajas les darían casas mejores si estaban empadronados. El padre de Carmela podría tener mejor asistencia gracias a leyes que atenderían a su situación. La niña viviría en un mundo mejor. Eran las promesas de los socialistas. Eran las promesas del Rai.


                                    ESTRELLA DEL MAR CARRILLO BLANCO

                                                     17 DE ABRIL DE 2023

                                                              RICARDO      ...