jueves, 14 de enero de 2010

El sacrificio de la doncella.


El pasado viernes 13 se publicó un interesante artículo sobre algunas supersticiones de los operadores donde en realidad se mezclaban supercherías sencillas, aunque curativas, con juiciosas prácticas avaladas por la ciencia y la experiencia. Como ejemplo de las primeras entresaco las siguientes perlas:
-No vuelvas a un mismo valor por tercera vez. Sería la versión bursátil de nuestro dicho: Tanto va el cántaro a la fuente…
-Nunca vendas un título cuando acaba de superar los 9. Con toda seguriad, se irá derecho a 10.
-El sacrificio de la doncella. Arrojar a una virgen al cráter del volcán para salvar la isla de la ira del monstruo. En medio de grandes turbulencias y violentas caídas, algunos inversores practican y recomiendan sacrificar una buena posición para apaciguar a los dioses y lograr la vuelta del mercado.
-No compres acciones con abreviaturas (ticker) parlantes o sugestivas. EAT, DISH, ZEUS, COOL, PORK, FUN…
Y como prototipo de las segundas:
-Evita los Viernes de vencimiento.
-No operes en la primera media hora del mercado.
-Nunca pongas un stop en un número redondo.
Difícilmente se librará de las supersticiones el que tenga que ganarse los garbanzos en un medio hostil donde será juguete de fuerzas ciegas e imprevisibles, como toreros y peones de brega, marinos y profesores de Secundaria. Las supersticiones colectivas de ciertos gremios (como el tabú del color amarillo en el teatro) son prácticamente imposibles de erradicar. Para desafiarlas es necesario desplegar unas dosis gigantescas de heroísmo y de optimismo racionalista, en el mejor de los casos, para nada. Si la cosa acaba bien, no tendrá repercusión alguna y si acaba mal todo el mundo lo considerará un justo castigo a la prepotencia o al aturdimiento (“anda que no estabas avisado”). Ya que hablamos de Viernes –día aciago en la cultura anglosajona- y de marinos, leo en The Ocean Almanac de Robert Hendrickson que es infausto inicar nada un Viernes, día de la crucifixión de Cristo, y menos un viaje por mar. Pero el almirantazgo británico intentó acabar con la superchería en el XIX y plantó la quilla de un nuevo barco un Viernes, lo botó un Viernes, lo bautizó como H.M.S. Friday y se hizo a la mar un Viernes, así que no creo que pueda sorprender a nadie que nunca más volviera a saberse nada ni del navío ni de su tripulación. El libro de Hendrickson no dice más pero la wikipedia, bajo la entrada HMS Friday, asegura que la historia es más falsa que un euro de madera y que es una burda leyenda portuaria. Vaya con Hendrickson.
Y ya que hablamos de traders o de toreros intentando conjurar los derrotes de los astados y los zarpazos de los osos, lo que a mí siempre me han intrigado son las supersticiones personales e intranferibles: Conozco a uno que no cursa una orden si los dos decimales no son un número primo. Un colega me confesó que estaba convencido de que la mera colocación del stop atraía misteriosamente las cotizaciones (un fenómeno que todos hemos observado alguna vez) hasta hacerlo saltar para darse la vuelta de inmediato. Para conjurar el maleficio colocaba órdenes de compra condicionadas a modo de señuelo con la idea de ir cancelándolas si el valor remontaba, con resultados bastante exiguos. Tengo un amigo soriano perfectamente incrédulo en materia religiosa que es incapaz de operar si no coloca una estampa de San Saturio debajo del ratón. Pero la mayor extravagancia de la que tengo noticia es de un operador en futuros que cambia el fondo del escritorio según le convenga que el mercado suba o baje. Si quiero verlo arriba, pone una playa tropical y si quiere verlo bajar, una foto de un fardo de paja en un campo de trigo de Ajalvir.
Dicen que ser supersticioso da mala suerte, pero eso es una superstición como cualquier otra. No conozco a nadie que no haya buscado alguna vez alivio y consuelo en alguna. Quizá sólo aquellos que tienen un minucioso conocimiento del mercado y una gran autoconfianza, dos premisas imprescindibles para salir del parquet con una malo delante y otra detrás.

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