viernes, 7 de enero de 2011

El pequeño onanista navarro.

Cincuenta años habrán transcurrido ya de la muerte de Fermín Losada, víctima durante su corta vida del vicio solitario. Había nacido en un pequeño pueblo del valle del Roncal, donde la familia solía pasar las vacaciones, que sigue oliendo a melocotón recién cortado y de luz adusta como de oro viejo. Pronto marchó el padre, linotipista republicano y socialista (“de Pablo Iglesias”, como le gustaba decir) a trabajar a Pamplona, llevándose con él a Fermín y a su madre. Esta, de educación carlista y estricta religiosidad, cuidaba del hogar y del hijo.


A la edad de doce años, ya estudiando con los maristas, dio Fermín con una lámina del personaje bíblico de Onán mientras hojeaba un breviario satírico y anticlerical de su padre. ¡Funesto hallazgo!, como su vida demostraría cruelmente. Fuese por enfermedad, diversión, ideal de vida o dulce degeneración, el pobre Fermín quedose deslumbrado por la imaginería barroca de la postal y concibió su vida de otra trascendental y radical forma: “Ya tengo una misión”, se dijo para sus adentros.

Pero no pensemos que este pomposo designio carecía de profundidad de miras. El bueno de Fermín albergaba un sincero y modesto deseo de no contribuir a los males de la humanidad aumentando la especie. En sus adolescentes entendederas, la visión doliente y luctuosa del mundo que su madre le había inculcado tomó formas de gran pesimismo. Y también una firme resolución malthusiana: “¡Que se fastidien, lo que es por mí, no habrá más personas desgraciadas ! Tal vez, alguien crea que este programa ingenuo y primario de vida era una manera de justificar el onanismo compulsivo de un simplón mozalbete, pero la nobleza de alma de Fermín excluía tales argucias.

Los acontecimientos devinieron dramáticos en breve tiempo. Fermín sufrió un aciago accidente (se precipitó desde la rama más alta de un chopo mientras se entregaba frenético a su descubierta vocación) que exigió la castración urgente. La conmoción familiar fue tremenda y el joven cayó en negra desesperación. Pasados los momentos más amargos y convaleciente en la soledad del hospital, recibió la visita del padre Antolín, su confesor y director del colegio. Fermín sentía un gran ahogo, como si un atroz cuervo le aprisionara el corazón. El quería vivir como aquel lejano Onán, mártir blanco y puro de la honradez a sus cándidos ojos, que había renunciado a tocar el cielo del dulce yacer con una mujer. Y por qué no decirlo, el desdichado muchacho le había cogido gusto a la tarea.

El caso es que de nada sirvieron las persuasivas palabras que el padre Antolín dejaba volar sobre sus oídos, como si cayeran en un mar ciego y sin esperanza. En un último intento, el buen cura le mostró un retrato del conocido castrato Farinelli, encareciéndole la fortuna y éxito que tuvo como soprano en toda Europa. Hasta le mencionó, apelando con inteligencia a la sensibilidad patriótica, que el susodicho cantante napolitano había vivido veinticinco años en España. Pero Fermín como si nada, que ni el ángel de la música ni el canto con sus suaves alas podían calmar su desaliento y amargura. Y el padre Antolín, inclinándose más sobre él como si buceara en su alma, le sugirió con delicadeza que las funciones genitales por las que lloraba aún permanecían vivas para poder ejercitarlas. A lo que Fermín respondió con tan delgada voz que parecía estar muriendo en su garganta un pajarillo herido: “Desengáñese, padre, que así no tiene mérito el sacrificio, si no hay posibilidad de reproducción”.

A la mañana siguiente, mientras el sol intentaba entrar con tristeza en la habitación, la enfermera encontró el cuerpo exánime de Fermín sobre el lecho. En el barrio, se comentó que había muerto de melancolía o como insinuó una vecina algo deslenguada : “Para mí que el pobrecillo enfermó de tanto darle al manubrio, pero seguro que Dios le tendrá en su gloria porque a todos nos agrada dar alegría al cuerpo”.

(Del blog de Carlos Yepes)

1 comentario:

  1. Qué divertida lectura. Más divertida aún cuando recuerdo a otros infantes que sacrificaron su vida por los demás como El pequeño vigía lombardo o El pequeño escribiente de "Corazón". Hay cosas que sabe Onán que desconoce don Juan.Bienvenido a La Rívoli.

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                                                              RICARDO      ...