lunes, 7 de febrero de 2011

Recuerdos adolescentes de Unamuno




...Recuerdo un profesor de Salamanca -Unamuno se llamaba-
que cuando nosotros entrábamos por entre los dorados cardos de las
aulas... hacía seis o siete años que había sucumbido en una guerra
nuestra que hubo alla cruzando los amargos campos de mar a mar
de aquella tierra...
Agustín García Calvo





De niño, me confió para su lectura mi padre "El sentimiento trágico de la vida". ¡Qué revuelo de extrañezas se encendieron en mi pueril cabeza! Porque yo poco o nada había leído, alguna novela de Julio Verne acaso, y, de pronto, como ese viento áspero que se levanta en la meseta, posaba en mis manos el febril latigazo que aquel viejo trazara con el fuego de su alma fatigada. También me enseñó mi padre dos fotos: una primera saliendo de la Universidad de Salamanca en octubre de 1936, junto al obispo Pla y Deniel, flanqueado por un mar hostil de brazos en alto luego de su enfrentamiento con el demediado general Millán Astray. Y una segunda, de tiempo anterior, en la que aparece sentado en paralelo al río Tormes con la ciudad de Salamanca al fondo. Las dos eran fotos de guerra: la del obispo que bendecía la "Cruzada" con los airados falangistas en derredor se toma ya declarada la guerra civil; y la más solitaria y sosegada, mirando a un horizonte seguramente negro, porque ýa presentía la sangre que iba a ser incivílmente derramada. En ambas, no se ven pero se adivinan buitres sobrevolando las aguas, los uniformes y las sotanas.
Es el caso que al niño que yo era, las dos fotos y el libro (no entendido pero sí extrañamente sufrido) le provocaron un cataclismo interior. Para mi ingenuidad sin conocimiento, aquel anciano se me revelaba augusto y digno, con una fortaleza moral (esto lo conceptualicé mucho más tarde) que modelaba a dulces martillazos mi pobre musculatura humana. Por las noches, aprovechando la cálida blancura del insomnio, me decía hasta dormirme su nombre, su dolor daguerrotipado. Sentía con sus imágenes el austero olor de aquel río que no había visitado y, aunque eran fotos en blanco y negro, a mí siempre se me representaban con una tonalidad de oro cruel y cansado.
Con el paso del tiempo, releí el libro y otros más, recabé, o simplemente me vino, información sobre su vida, sus dudas religiosas, su actividad pública. Pero siempre he guardado una honda emoción con respecto a su vida y su obra, independientemente de creencias o señas ideológicas. Me sigue conmoviendo aquella valiente rebelión contra las siniestras palabras del nauseabundo general (¡Viva la muerte!, ¡Muera la inteligencia!), defendiendo la razón y la vida ("Venceréis, pero no convenceréis, porque tenéis la fuerza bruta pero os falta la inteligencia y el derecho").
Y también sigo acudiendo, cada vez más espaciadamente, con la lejanía que tiene el invierno, a sus escritos. Experimento el mismo estremecimiento, no importa cómo llamemos a la música de su herida abierta, desde que supe por su voz y diario íntimos que tenía fijado en la pared de su habitación un retrato de Homero, dibujado por él mismo, con aquellos versos de la Odisea: "los dioses traman y cumplen la destrucción de los hombres, para que los venideros tengan que cantar". En el flamenco, se suele reiterar eso de los sonidos negros, que no se comprenden pero hacen sufrir hasta sorprenderte lejos de ti llorando; a mí Unamuno me sigue sacudiendo por lo que fue y por lo que odia y yo amo: el esteticismo estéril, la búsqueda de la belleza antes que la verdad.
Y, sobre todo, más allá de la lucha agónica contra todos los ángeles de las tinieblas, un sentimiento moral, cívico, contra la intolerancia y la tiranía; una llamada, nunca blanda ni cursi, a recuperar la humildad intelectual de la infancia, a ese preguntar sin soberbias de los niños, para labrar una ética de adultos en la que las aguas bajen definitivamente más puras y frescas.
Postdata: Tal vez este escrito de torpe pluma incite a malévolas mentes a pensar en alguna suerte de homosexualidad o pederastia literaria (dado lo corto de mi edad cuando descubrí a Unamuno), pero lo cierto es que sólo obedece a que yo, por mis muchas limitaciones, nunca tuve ídolos o modelos musicales o cinematográficos. ¡Qué le voy a hacer si me sigue poniendo aquel rector de la Universidad de Salamanca!

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                                                              RICARDO      ...