De la vida me acuerdo,
pero dónde está
Jaime Gil de Biedma
Es tan difícil el olvido,
consistir en su cuerpo sin ausencias,
seguir esperando a la vida que regrese
con sus labios mojados del invierno.
Todavía recuerdan tus huesos
cuando te volvías a mirar los movimientos del amor,
su desperezo salvaje de amanecida.
El mundo siembra en derredor un silencio de espinas
y acaso un niño descubre en su habitación
a su padre muerto.
Porque hay vida y no muerte
en cada abrazo de despedida,
el susurro lejano de los mares
llorando en tus cansados ojos,
y luego está la injusticia con sus perros gangrenados,
la amarilla luz de la discordia
que lanza sus monedas al fondo de los corazones.
Y también la belleza acariciándose
con el dolor y la miseria, como un hedor acostumbrado.
¿Qué puede decir esta pobre carne herida
si las palabras crecen y se matan
sin saber nunca lo que amamos?
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Sugerentes y raras imágenes de lacerante verdad, como la vida a fin de cuentas. Coronas nuevamente,¡oh Yepes!, una triste cumbre de desolación.
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