lunes, 2 de mayo de 2011

Oficio de tinieblas por Blaise Pascal




"La vida es un hospital en el que cada enfermo
quiere cambiar de cama"
CHARLES BAUDELAIRE





Cuando Blaise Pascal penetró aquella noche de 1654 en la soledad iluminada de su celda, aún no había llegado el invierno a la abadía de Port-Royal ni el viento mecía los cipreses ausentes. Un escalofrío oscureció su alma, y su pobre cuerpo, crucificado por la enfermedad y el sufrimiento, tal vez presagió su podredumbre bajo la nieve.
Ya había visitado anteriormente con su hermana Jacqueline la herética abadía, enfebrecida de jansenismo, en la que notables políticos, pensadores y hombres de fe atormentada se refugiaron y negaron. Muchas noches recuerdan el horror de las conversaciones y el silencio que regresaba insomne por las mañanas. “Esa sonrisa tierna y severa de mi hermana acariciando su breviario como si sacudiera la ceniza, es lo que viene a mi memoria una y otra vez sin consuelo”, pero el horror del yo y del mundo siempre traía el olor a abandono de la carne quemada.
“¡Cómo amo el recuerdo de mi padre el día que me descubrió, teniendo yo doce años, en la claridad de mi habitación jugando con barras de carbón y dibujando figuras en las baldosas!” “¡Había descubierto las matemáticas, su transparente armonía, el arrebatador perfume de las figuras justas y de las proporciones que entre ellas guardan!” Para el niño criado entre dos hermanas atentas, aquel talento para escuchar la música exacta del universo y desentrañar sus fascinantes secretos le concedió una reputación temprana de gran inteligencia. Su padre le introdujo en los círculos y sociedades matemáticas, fue avanzando en saber y descubrimientos, publicó brillantes escritos y construyó máquinas aritméticas, pero de alguna manera ya presentía que nada de esto calmaría la inmensa herida que llevaba dentro. Sin duda, el desierto parecía más cerca.
“Desde los dieciocho años , no he pasado un día sin dolor”, confiesa a su hermana Gilberte. Y ciertamente hasta en los días más azules una algarabía de pájaros de sangre devoraba su vida y su carne. Una nueva apuesta se le ofrece al joven Pascal para huir del hastío: la del ingenioso y fulgente libertino que frecuenta los salones dilapidando el exiguo patrimonio familiar. Vana empresa de simulacros que terminará arrasando la furia oculta de ese dolor que crece semejante a un río negro y salvaje

Necesitaba una ocupación más trágica, deslizar su vida por el filo de una espada, llámese Dios o la nada. Comprende que toda percepción extrema es religiosa, y a ello se apresta por los meandros más adustos de la fe, abraza la causa jansenista, y el polvo cubre tanto su escritura como su existencia. Adopta los modos de la dialéctica libertina y arremete contra la diabólica Sociedad de Jesús por prostituir la hermosa esperanza cristiana. Usa la escasa pero enérgica salud que le resta para ejecutar una magnífica, elegante e irónica demolición:Las Provinciales. Resplandeciente panfleto que desmantela el bastardo edificio teológico-político que la Compañía había erigido en busca del poder. El esprit de finesse y el esprit de géometrie se hermanan para el sutil ataque. Y nuevamente la delicadeza intelectual le condena al fracaso: Las Provinciales son quemadas públicamente.
“Sí, si no sobraran las palabras, las dulces y ciegas palabras, hablaría de la terrible luz de mi tristeza, pero si ni siquiera el amor a la verdad me conforta. Todos mis amigos se han plegado a la intolerancia inquisitorial, Jacqueline ha muerto defendiendo su pureza doctrinal… y yo… ¡Dios mío, si no vivo ni en mi cuerpo ni en mi alma… dame, Señor, por tu bondad y por tu gracia, el silencio que no merezco!”

Siente Pascal que es fácil el abismo, casi como lavarse las manos, que el hombre que arduamente le habita ni siquiera consiste en los pensamientos enfermos que le golpean a lo largo del día. Nadie lo menciona, pero quizás una sensualidad insólita, extemporánea, se le insinúa cuando se aposenta la noche. Luz desconocida de un alma que apenas alcanza a rozarse. “¡Dios de mi alma, qué innombrable pecado, ser feliz en lo más íntimo de este cuerpo enfermo, y proclamar que la carne no es miserable! ¡Belleza última y horrible de estas jornadas, fatiga placentera de una piel que no pide ser redimida!”

Lejano ya el humo de todas las batallas, se disuelven los espejos de los anteriores juegos. Queda la apuesta final: viajar hacia la muerte de la palabra escribiendo los Pensamientos, despiadado ejercicio de aniquilación del mundo, del yo y de la filosofía. “Sólo deseo que el olvido me salve, como el beso cálido que mi padre dejaba en mi frente todas las noches. Definitivamente, la vida y la filosofía son una burla cruenta, un estar a solas esperando a ser degollados, mientras este cuerpo gangrenado muerde la ceniza igual que la culpa”.

Es áspero amanecer sabiendo que no hay palabra o lectura que nos calme, ni agua que limpie el légamo del vacío sobre nuestros labios.

Sólo queda perderse en el desierto, ser la sombra eterna del silencio.

1 comentario:

  1. Hay menos aspereza en la mañana sabiendo que existen palabras y lecturas que calman como lexatines, y aguas que enjugan nuestros labios resecos, como las palabras y los arroyos de tu cristalina prosa. Gracias, una vez más.

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                                                              RICARDO      ...