No obstante
Al fondo de la calle
se incendiaba la tarde.
Era uno de esos ocasos
en que los poetas escriben
en los cuartos de míseras pensiones
versos manchados de intensos colores.
Hubo un soplo de viento.
Tras las lluvias, un canalón goteaba
su incesante símbolo.
Creí advertir la brecha
que separa
este mundo del otro.
Entre las basuras abandonadas
en las puertas de las casas
se oyó un gemido de cosas,
como si un gato o una rata
revolvieran las inmundicias.
Tuve ganas de demorarme en la calleja;
detener mi paso en aquel punto de la ciudad,
una ciudad incomprensible y extraña
en la que,
una vez más,
me había perdido.
Seguí caminando, no obstante.
Profilaxis
El fracaso produce vergüenza ajena.
En 1525,
cuando el emperador visitó Toledo,
las autoridades expulsaron a los mendigos
allende las murallas
para no ofender la majestad del césar.
Ha ocurrido muchas veces.
Hoy,
el alcalde de Madrid,
tras cometer imposibles bancos en las avenidas,
quiere recluir por ley
a los mendigos en sus aseados albergues.
Los comerciantes aplauden:
-Los andrajos espantan los clientes;
los turistas lo celebran:
-Los marginados arruinan las fotos de las estatuas.
Los mendigos perturban también
a las señoras que salen de misa
en las tardes desapacibles.
Perturban y erizan
lo bello de sus visiones,
el vello de sus visones,
leopardos y martas cibelinas.
¿Qué decir?
Tienen más razones.
Es verdad que los mendigos huelen mal,
orinan en las esquinas,
en los pasadizos vomitan
y beben vino de tetrabrik.
miércoles, 4 de mayo de 2011
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