martes, 21 de diciembre de 2010

¡La cara, Manolo. la cara!

Un tórrido día de verano a finales de los 70. Fraga y su entonces escudero, Pío Cabanillas, en viaje oficial, hacen un alto en una cala desierta deseando darse un chapuzón. Ni don Pío ni el ministro, fatalmente predestinado a que la historia le asocie a esta prenda, tienen bañador, así que se van al agua en directa, en pelota y en la confianza de que el aislamiento y la soledad del lugar les garantizan un baño secreto y discreto. Si hubiera asomado por la playa la aleta de un tiburón, habrían sentido menos espanto que al ver aparecer, aparcar y desembarcar en la arena a un autocar del colegio de monjas del Sagrado Corazón de Placeres, provincia de Pontevedra. Pío comprendió que lo decisivo en aquel trance no era la exhibición de las vergüenzas sino la notoriedad de sus propietarios, así que ante el acto reflejo de su jefe de echar las manos a la entrepierna, con inteligente sangre fría echó a correr hacia el coche cubriéndose el rostro mientras gritaba: ¡La cara, Manolo, la cara…!

La irrupción inesperada del autocar Assange ha puesto a las cancillerías de medio mundo corriendo por la playa con el culo al aire y gritándose unos a otros: ¡La cara, Manolo, la cara! Sin embargo, en esta ocasión parece que ya es tarde. Ya sabemos que los países árabes no verían con malos ojos que Israel borrara del mapa el poder nuclear iraní; que Putin es un capo de la Bratva; que Mohammed es un sátrapa corrupto y Berlusconi, exactamente lo que parece; que todo gobierno sigue a pies juntillas el modelo de conducta que recomendaba Platón al rey-filósofo en su República: instalarse en el hábito de la hipocresía y arrogarse el derecho a comportarse como un rufián.

¿Pero está justificada tanta sensación y tanto escándalo? Bien mirado, lo sensacional de todas estas explosivas revelaciones es que son exactamente lo contrario de lo que parecen, es decir, son no-revelaciones, confirmaciones de hechos previsibles, rutinarios e incluso triviales. Y el verdadero escándalo, que la realidad sea casi exactamente como nos la imaginábamos.

Por eso no es extraño que quien pone en peligro la seguridad del mundo se parezca menos a Fumanchú que a un desvalido y angelical Tintín con un improbable historial de desenfreno y libertinaje. Hay prisa por echarle el guante. Y eso que en los papeles casi nada compromete a la diplomacia norteamericana y casi todo pone en evidencia a todas las demás. ¡La cara, Manolo, la cara! Después de tantos años y tanto programa doble de maquiavelismo y zorrería, cabe incluso dudar de que un volumen tan colosal de miserias, chismes y secreteos pueda salir a la luz sin el consentimiento o incluso la voluntad de los emisores. Lo que ya ha animado a algunos a calzarle al australiano la deliciosa teoría del tonto útil, teoría que uno, francamente, no acaba de entender. Demasiada tontería para tan poca utilidad.

Ahora bien. si desde el más remoto rincón del imperio un soldado raso, víctima de un ataque de honradez, de resentimiento o de hemorroides, puede chapotear en todas las alcantarillas de la realpolitik y vivir para contarlo urbi et orbi, es que entramos en una nueva era. Así que era cierto: con internet otro mundo es posible. Un mundo no menos canalla pero más franco y descarnado. Un mundo donde ni los espías tienen ya derecho a la intimidad.

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