Margarita me dijo me gustan tus piernas porque hablan cuando estás como ausente y hay un hipopótamo que pasea circunspecto por las calles de Pamplona. Cuando Margarita hacía este tipo de afirmaciones yo la miraba como si fuese el obispo auxiliar de la Diócesis Osma-Soria oficiando una novena a San Pancracio, es decir, como Bogart a la Herpbun antes de viajar por el África, reina. Miré mis piernas y comprobé que callaban presentes aunque Margarita adelantaba una de sus rodillas –pierna derecha- y la acercaba turgente a la rodilla de mi pierna izquierda, ambas rótulas enfrentadas bajo la barra del bar. El hipopótamo nos miraba melancólico con aires de viejo y de mar, y el sol amenazaba lluvia y frío bajo los soportales. Miré a Santiago cuando ya me temblaban las rodillas y estaba a punto de morirme en la tarde. Virtió el Pernod en la copa y añadió champán hasta conseguir el efecto adecuado de color lechoso opalescente: “Beba despacio de tres a cinco copas de este cóctel”.
viernes, 10 de diciembre de 2010
Hemingway
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Celebro leer un nuevo "Cóctel" -ya era hora-, aunque asombra -como uno de Praolongo hablando cultivado- imaginarlo donde sólo se espera morapio y chistorra. En cualquier caso, gracias. Y prodígate más: "La Rivoli" te necesita.
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