Nada es sino lo que nos parece. A los que vamos poco a poco teniendo una edad nos parece que hay cosas que cambian para mal.
Siempre me ha gustado holgar las mañanas de los domingos con varios periódicos y disfrutar de su lectura. Hace años, cuando de la ciudad me mudé al campo, leer la prensa suponía perder casi una hora en coche, pero aun así me compensaba el esfuerzo por el placer que me reportaba.
Puede que sea la crisis, puede que los años, puede que la justificación de la pereza, pero el caso es que he decidido dejar de comprar periódicos en papel. Cada vez más son una ventana a la impudicia (por ejemplo con el terremoto de Haití), un corta y pega de comunicados de prensa, un desarrollo de intereses corporativos, un mero soporte de publicidad adornada de consejo. Se lo han ganado a pulso: adiós.
La pena es que con este gesto, si se multiplicara lo suficiente, perderíamos todos. La libertad necesita de la información, que nunca es gratuita: si sólo la pagan los vendedores les favorecerá a ellos; si sólo los compradores, a nosotros. A mí ya no me compensa el esfuerzo por un par de artículos interesantes, que vengan otros a sustituir mi apoyo incondicional durante años. El caso es que periódicos como “El País” o “El Mundo” hace meses que decidieron en su miopía suprimir las secciones infantiles que interesaban a mis hijos. Ellos ya no preguntan por el periódico, sólo piden Clan TV. Que vengan otros para comprarlos, pero no sé quiénes ni de dónde.
jueves, 11 de marzo de 2010
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