Cayetano, aunque ya se lo olía, se
acaba de enterar de que le han quedado cuatro asignaturas de su primer año de
Bachillerato. Cayetano no vino al mundo con un pan debajo del brazo sino con
una panificadora, una próspera empresa
familiar que dentro de unos años será suya, lo que le ha permitido acudir al
colegio más privado y exclusivo de la capital. El padre de Cayetano tomará
cartas en el asunto y tendrá un breve encuentro con la directora. No hará falta
exponer el caso cruda y abiertamente. La directora ya sabe que Cayetano tiene
dos hermanos más en el cole y su padre, buenos contactos en el Patronato. En
cinco minutos todo habrá quedado resuelto. Cayetano no repetirá curso. Esa
misma tarde el padre de Cayetano procesionará con su flamante SUV por la Castellana,
banderas de España en ristre, para protestar con unos cuantos bocinazos contra
una ley que, entre otras infamias, permite que un alumno en casos excepcionales
pueda promocionar con dos o más asignaturas suspensas.
Y no es que yo esté a favor, es
que estoy en contra de muchos fariseos que están en contra. En cuanto al fondo del
asunto, es irrelevante. La vida sigue. Después de 35 años de brega y tres o
cuatro leyes de Educación (ya ni lo sé) confieso que su impacto en mi día a día
ha sido prácticamente nulo. Al final he llegado a convencerme de que a largo
plazo los objetivos mínimos y el nivel de exigencia no los imponen el
legislador, los centros y las autoridades educativas a los alumnos, sino los
alumnos al legislador, a los centros y a las autoridades educativas. Si no
fuera así, el llamado fracaso escolar desbordaría todos los límites y el
sistema se vería abocado al colapso.
La verdad es que enseñar es
difícil y aprender, también. La pretensión de mantener a un adolescente
confinado durante horas entre cuatro paredes en reposo, concentración y
silencio, es perfectamente antinatural. No voy a apelar a vuestros recuerdos
escolares, seguramente demasiado recientes. Hace 130 años Galdós puso mano al
primer capítulo de Miau con el
siguiente párrafo: A las cuatro de la
tarde, la chiquillería de la escuela pública de la plazuela del Limón salió
atropelladamente de clase, con algazara de mil demonios. Ningún himno a la
libertad es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la enseñanza al
soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y
saltando. Sí, yo también he ascendido por el cursus horrorum de colegios, institutos, facultades…, condenado a
bogar durante años en las galeras de aquellas aulas y abomino de la
reencarnación porque me resulta metafísicamente insufrible la sola idea de
tener que volver a hacer el Bachillerato.
Ahora y ya hablando en serio, bien
está que la ley procure que el sistema sea capaz de formar e informar las
destrezas básicas y los conocimientos mínimos de cada escalón. Pero hay también
algo más, algo mucho más importante. De vez en cuando alguien será capaz de prender una chispa, de leer o
escribir sobre una pizarra un razonamiento filosófico, un verso o una ecuación
en la que está misteriosamente trazado un sendero luminoso hacia vuestro propio
destino. Las leyes llegan hasta donde pueden llegar. Las últimas razones
palpitan en otra dimensión. Por eso en ningún código civil aparece la palabra amor.
Como siempre tan sesudo y tan apegado a la realidad inmediata. Qué grato volver a leerte, Mishkin. A lo mejor soy yo, pero me ha parecido percibir en tu artículo cierta fe hacia la pedagogía.
ResponderEliminarLa verdad es que poco tiempo antes de jubilarme me pidieron desde la revista del insti que colaborara en una sección que se llama "la polémica del mes" y me salió esto. Como uno tiende más bien a la provocación y a cierta dosis de cinismo, decidí terminarlo con una larga cambiada y me parece que quedó un pco cursi.
ResponderEliminarContaba un querido amigo cómo había coincidido en una ocasión en los baños del instituto con un compañero. Mientras se lavaban reflexivos las manos sus miradas se cruzaron recíprocas en el espejo que les enfrentaba. El compañero dijo: "la batalla está perdida". Los dos eran de humanidades.
ResponderEliminar