sábado, 2 de abril de 2011

Soy un hombre cansado

Sócrates era hijo de escultor y comadrona,
Kepler vivió rodeado de desgracia,
Spinoza sobrevivía pulimentando vidrios,
Newton tenía una mala leche espantosa,
era envidioso, presidió la Royal society
y bajo su mandato la llenó de estúpidos;
Kant salió una vez en su vida de Könisberg y,
a pesar de lo que diga Yepes,no fue muy lejos;
Comte sufrió a los dieciocho años una
aguda crisis cerebral;
Marx, el misógino, sólo deseaba tener hijos varones
y tuvo ocho, de los que únicamente sobrevivieron
tres chicas;
su amigo Engels era hijo de un importante industrial,
Nietzsche muere a los cuarenta y cinco. Diagnóstico:
reblandecimiento cerebral;
Wittgenstein, que no tenía ninguna fe
en la bondad de los hombres,
fue probablemente uno de los mejores
y más bondadosos hombres de su tiempo.

¡Oh vivir en un permanente flash back intestinal
para regurgitar compulsivamente
y declarar a lo bestia
voy a abrirme en canal para quererte!

Afortunadamente, el poeta Herrera y Reissig
creó el verbo primaverizar.

Te levantas a temprana hora
y es difícil indagar en el abismo,
saludas cortésmente a tu vecino
y amanece de manera inexorable.

3 comentarios:

  1. Móntenegro, ¿se puede saber qué le ocurre a tu ánimo que destilas amargura?

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  2. El poeta Herrera y Reissig era un pijo solipsista, podrido de pasta, que temía salir de la Torre de los Panoramas -así llamaba a sus aposentos.
    ¡Qué alegría empezar abril con tus versos!
    Yo no veo en ellos amargura.
    Solo un poco de hastío después de tantas vueltas, monótonas, idénticas a sí mismas, alrededor del sol.
    Yo también, como el uruguayo, aspiro a no salir de casa, aunque sea pobre.

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  3. Abro un pequeño paréntesis. A instancias de Carlos Yepes dejo aquí un relato que escribí anoche. No poseo la autorización necesaria para crear una entrada para el texto y lamento que no tenga nada que ver con el de Montenegro. Una vez más saludos y felicitaciones.

    EL CARAMELO AZUL

    - ¡Faustino!...¡¡¡Faustino!!! ¿Dónde has aprendido a volar así con tus ovejas?
    - Yo no tengo ovejas - contestó Faustino, impresionado - sino cabras montesas.

    Aparicio se volvió, consternado. Comenzó a alejarse, pronto le esperarían en casa. La niebla y el rocío del amanecer ocultaban las casas del pueblo, y muy a duras penas podía ver más allá de dos metros de camino. Pisaba los excrementos de las ovejas de Faustino, y en su dedo gordo del pie izquierdo notaba el contacto directo de la piel con la suela del zapato, fría. Una lástima, lo de los calcetines rotos. ¡Quién pudiera irse a vivir a la ciudad!

    - Aparicio, no seas tímido y te ocultes detrás de un árbol.
    - No te preocupes, Faustino, no lo haré. Hoy tenía pensado tomarme el vinillo antes de comer.
    - Luego nos vemos, pues.
    - ¡Ale!

    Aparicio volvió a la casa, donde sus hermanas, muy religiosas ellas, le aguardaban para comunicarle las tareas del día. Habían comprado caramelos, y los había de todos los sabores: rojos, verdes...¡incluso turquesa! Seguro que esos sabían a queso, pensó Aparicio, con una sonrisa algo desdentada en la cara. Pero esos caramelos, tenían que haber sido comprados anteriormente, porque a esas horas todavía no estaban abiertas las tiendas del pueblo. Así que le ocultaban algo, como ocurría a menudo. Ya estaba acostumbrado.

    Ese día, le tocó limpiar la chimenea, y sacar a los tres perros a dar una vuelta, y pudo comprobar que apenas había mejorado el tiempo, permanecía muy nublado, aunque la niebla se había disipado en su mayoría. A la vuelta del paseo, se sentó y comió un caramelo de fresa. Después eligió el turquesa. Era un caramelo de queso, pensó erróneamente otra vez.

    - Este caramelo de queso sabe demasiado a cebolla - se dijo en voz alta. Luego se tranquilizó pensando que las cebollas no eran azules.

    La tarde la tuvo libre. Sus hermanas, solteras, se pusieron a hacer ganchillo, mientras los últimos rayos de luz penetraban tras las cortinas blancas. Uno de esos rayos se posaba débilmente sobre el teléfono, cuyo cable no estaba enmarañado. La cena serían tres filetes de pollo que sobraron al mediodía, y un poco de caldo de cocido que ayer no se apuró. Cuando Aparicio volvió, eran las nueve menos cuarto. Las hermanas le pusieron la mesa y asimismo le sirvieron la comida en el plato. Se cenó en silecio. Siempre se comía y cenaba en silencio en aquella casa, agradeciéndole a Dios que ningún hombre se hubiera fijado en ellas. Por un instante la duda colmó sus vasos. Cada noche ocurría; se miraban por un instante a los ojos y...nada. No había nada. Al segundo ya volvían las dos a su habitual orgullo de ser castas y vírgenes.

    Y Aparicio sería loco...pero siempre lo último que pensaba al acostarse era: ¿y dónde está el hombre de esta casa? Y acto seguido, cerraba sus ojos azules, como el caramelo.

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                                                              RICARDO      ...