viernes, 25 de marzo de 2011

Canon transcendental del chino de Königsberg



Aquel que desea pero no actúa,
engendra pestilencia.
WILLIAM BLAKE





Aquellos últimos días de Kant llovió mansamente sobre Königsberg y la hierba tomó un brillo blanco y perfumado. En su mirada, apenas resonaba otro pensamiento que el de cuál sería su epitafio. El mismo Thomas de Quincey, que lo visitó por entonces, confiesa haber salido de la casa con la sensación irreal de haber mantenido una larga y confusa conversación sobre la muerte. Pero Kant apenas hablaba ya, quizá algún susurro distante, y permanecía durante horas frente a la ventana observando cómo se perdían por dentro del cristal las gotas de lluvia, igual que ciertos recuerdos se dejan morir en la memoria dolorida.
Su infancia y adolescencia estuvieron dominadas por una vaga pena y el miedo al cuerpo que la severidad pietista había sembrado en su ánimo. Contemplaba la naturaleza o un color especial del cielo, temeroso siempre de encontrar un aroma de sensualidad o satisfacción. Tal vez tuviera razón Hume, pensó ya más tarde, y las religiones sean sueños de hombres enfermos. Pero lo cierto es que los días se abrían con la suspicacia hacia la carne, que se despereza en el resplandor de un cuarto oscuro. Muere su madre teniendo Emanuel nueve años, y la hiriente sensación de que la pureza no alcanzada agrieta el alma semejante al frío los labios. Queda a cargo de su padre, que fabrica correajes y cinturones para caballerías y espadas, un buen oficio para que el joven aprenda a sujetar y templar su alma asustada. Mas el sueño de la vida engendra espinas, monstruos de soledad, y el joven Emanuel quiso huir de sus garras mirando de frente a la razón. Tenía que doblegar lo más tierno y cálido de sí mismo.
Sus primeros años en la universidad fueron un callado y desabrido invierno, un constante alejarse de su cuerpo, con templadas distracciones de banquetes y amigos, pensando que era una ciudad conquistada por la peste. Estudió fieramente todas las disciplinas racionales, sin olvidar nunca las íntimas bestias que resuellan en habitaciones cercanas. En tales oficios sobrevino 1770 y el silencio asedió su existencia rutinaria. Un relámpago, un latigazo de terror debió moverla a una decisión drástica: hablar definitivamente consigo mismo de todo aquello largamente silenciado, y viajar con la mayor determinación a esa tierra de lo que jamás se había dicho. Porque oficialmente creemos que apenas se distanció de Königsberg, pero surgieron rumores de que cambió sus costumbres peripatéticas: de pasear por callejuelas y los puentes sobre el río Pregel, se encaminó hacia el lago Vístula que da acceso al mar Báltico. Y hubo quien afirmó que le vieron embarcar una noche azulada de verano con rumbo desconocido. Sea como fuere, envió misivas a sus amigos rogándoles que no le molestaran en tal período de hondas perturbaciones, y experimentó la necesidad de acudir diariamente cerca del mar a escribir breves poemas de sabor oriental. Confusos testimonios así los conservan:
Crece suave la mañana
sobre el gran manto de plata.
Los pájaros mueren dentro del alma.
Más allá del corazón
la amada en el silencio.
Sólo nieve en la mirada.
Consideró por aquella época, con extrema melancolía, que nunca había amado a una mujer y que tal vez el amor fuera una gran ilusión trascendental, algo que podemos pensar pero no conocer. Y todo su ser temblaba con la vana quimera de un amor que le desgarrara dulcemente. La opacidad luminosa de esos años no transparentaba otra noticia que la presunción de esa búsqueda desesperanzada. Su alma y sus sentidos, macerados en la renuncia, se rebelaban, encontrando, como tantos otros, consuelo en la filosofía: "cobarde simulación de todas las huidas", se decía con frecuencia en voz tan queda que no conseguía escucharse. "He visto soldados que, al serles amputadas partes de sus cuerpos, los sumergían en barriles con sal para cicatrizarlas; la filosofía es una ulceración extrema del alma que cree encontrar la verdad cuando se pudre la mirada". Estos y otros pensamientos le acometían de continuo y sólo a algún amigo cercano se lo confiaba. Como él mismo avisara, "estamos acosados por heridas o deseos de verdad que no podemos contestar, abismos que todos vemos y pactamos ignorar... Pero si lo único que hacemos es hablar de ellos, y no sólo cuando sobreviene la muerte, el horror o la enfermedad".
"Basta", "es suficiente", repite Emanuel frente a la ventana, sin volverse a mirar a los respetuosos visitantes.. La locura se extiende mansa como la lluvia, ya digo que cayó plácidamente aquellos días, y él mismo acierta a definir la vida "como un tapiz tejido con hilos de locura". Tal vez, volvió a escribir poemas con una secreta sonrisa, fechándolos anacrónicamente como hiciera el pobre exiliado de Hölderlin, ansiando también la salvación en el peligro de los valles en sombras. Dejaba una obra rigurosa, casi exhaustiva, la disección feroz y civilizada del cadáver de la razón en lo que hizo y en lo que intentó y no pudo. Y el legado de la más hermosa conclusión de un pensamiento fatigado: "Dos cosas me llenan el ánimo de admiración y asombro: el cielo estrellado sobre mí, y la ley moral dentro de mí".
Se oye el llanto del viento sobre los cipreses
y la última sangre de sus palabras:
"Está bien, todo está bien".

6 comentarios:

  1. Se está convirtiendo en un verdadero placer la lectura atenta y sosegada de estas entregas de historia poética de la filosofía con que nos obsequias. Un abrazo conmovido.

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  2. Agradezco también emocionado la generosidad con que son acogidas mis palabras. Y más aún la elegante indulgencia de Mishkin que ha mirado para otro lado ante la errata de fechar en 1700, cuando debería figurar 1770, el inicio del período oscuro de Kant. Salud y Larivoli.

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  3. Lo primero: perdón por la intrusión. Podéis eliminar el comentario cuando Carlos lo haya leído, pues no tiene mucho que ver con el texto. Pero no tenía otra forma de contactar con él. Los textos que he leído hasta ahora me gustan mucho, escribes de maravilla. Concretamente este texto me recuerda mucho a una canción, que a mí trae el sabor de la despedida. ¿Qué es la muerte al fin y al cabo, si no una despedida?

    "Una mañana, una fría mañana
    dos maletas en el andén,
    un recuerdo, tan solo un recuerdo,
    a partir de ahora todo irá bien
    a partir de ahora todo irá bien"

    No olvides que mañana amanece otra vez. Un abrazo.

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  4. -Yepes, indulgencia plenaria. La errata ya está corregida.
    -Vic, el código deontológico de La Rívoli desaconseja borrar ningún comentario con independencia de cuál sea su intención, sentido y estilo. En este caso sólo hay motivos para no borrarlo. La Rívoli no quiere menos comentarios sino muchos más. Gracias por colaborar.

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  5. Conmovedora evocación, nuevamente, de los últimos momentos de un pensador:junto a la de Platón y a la de Bruno, conforma este texto sobre Kant (me ha recordado la obra de Sastre)una trilogía emocionante y perfecta. Parece claro -yo así también lo creo- que consideras la filosofía una forma de fabulación. Abunda,Yepes, y tendrás un libro original y hermoso. Un abrazo.

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  6. Poesía y filosofía, filosofía y palabra, la palabra y el silencio; mejor siempre en tu caso, Yepes, la palabra que el silencio.

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                                                              RICARDO      ...